Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

El Violín de Colliure: una visita a la colección Masaveu


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La Fundación de origen asturiano Maria Cristina Masaveu Peterson expone parte de su valioso patrimonio artístico en la exposición titulada ‘Arte español del siglo XX. De Picasso a Barceló’, comisariada por Maria Dolores Jiménez-Blanco. En un mundo en el que corremos el riesgo de ser capaces de transmitir la inmensa cultura sapiencial de la humanidad, las instituciones y muestras culturales se convierten en un medio de primera necesidad. Además de las visitas guiadas, harían falta oportunidades para comentar y pensar juntos en grupo las obras en los museos, auditorios, teatros, fundaciones artísticas o las iglesias. Compartimos las notas que tomé durante una reciente visita. Algunas de ellas son meras notas, como semillas. Quizás invite a experimentar uno mismo esta espléndida colección.



Juan Gris 1914. ‘El violín’

Papel collé, carboncillo y gouache sobre lienzo. España: Fundación Masaveu.

Juan Gris recurre con frecuencia al papel collé o papel encolado para crear sus obras. La historia de este cuadro impresiona. Juan Gris quedó bloqueado en Colliure durante la I Guerra Mundial, sin que se permitiera desplazarse de la localidad debido a los terribles combates que se libraban en el invierno más crudo del conflicto. El corazón de Europa se desgarraba con trincheras en las que murieron casi diez millones de soldados ―equivalente a toda la población de Austria o Hungría―.

Juan Gris estaba profundamente impactado por la horrible carnicería humana, y decide emprender un viaje a lo profundo, intentar buscar las soluciones en lo profundo de la realidad. En medio de la catástrofe salvaje, decide investigar la relación entre pintura y música, ir hacia los adentros, porque de las trincheras solo se sale hacia el centro de la tierra. Así creó el cuadro del violín que custodia la Fundación Masaveu.

Violin_Juan Gris

Juan Gris. Violín. Colección María Cristina Masaveu Peterson

¿Cómo podía cambiar la guerra el violín de Colliure, cuando todos empuñaban un arma? ¿Cómo puede la belleza parar nuestras guerras? La belleza detiene nuestras guerras internas, nos hacen percibir la realidad de forma distinta y, sobre todo, nos hace sentir mucho más profundo, liberándonos de las tiranías que a veces imponen las emociones. Unir música y pintura es un comienzo para integrar los modos de sentir y no establecer espacios estancos, sino que la belleza hable a toda nuestra vida y nos revele su verdadero rostro.

El violín de Colliure nos hace acercarnos al cuadro para escuchar lo inaudible, nos calla y acalla los monólogos interiores. El violín de Colliure nos habla de lo que de verdad debe estar en nuestras manos en vez de un arma. El violín de Colliure nos necesita a todos imaginando para sonar, nos hace unirnos en un sentir, escuchar lo que debe estar sonando en el interior del otro. La paz del violín de Colliure nos da esperanza porque sigue vivo ante nosotros, mientras todas las armas de las trincheras están muertas. A veces las guerras hay que detenerlas armados, pero solo se acaban con violines en las manos.

Pablo Picasso (1962). Cabeza de mujer (Jacqueline).

Óleo sobre lienzo. España: Fundación Masaveu.

Picasso nos presenta uno de los extraños perfiles de su esposa Jacqueline, donde los planos y elementos del rostro se descomponen y reensamblan en un orden en el que cada cosa tiene una importancia y posición singular. Podemos comentar muchas cosas sobre el rostro picassiano, pero al ver esta obra me vino a la mente una frase que podría estar diciendo Jacqueline: “No es que sea un cíclope, es que me ves solo de perfil”.

A veces consideramos al otro con determinadas etiquetas porque sencillamente no lo vemos íntegramente, sino que vemos solamente una cara de su realidad y su persona. Si solo nos vemos desde una cara de lo que somos, todos somos cíclopes.

En un tiempo en el que el odio se extiende como modo de estar en la ciudad y la política, y se percibe a los desconocidos como amenazas, hace falta más que nunca mirar esféricamente al otro desde todos los puntos de vista. Y para eso es crucial pautar la opinión, no apresurar la opinión. Decía el otro día Ignacio Delgado, profesor de religión en Fisterra: si cada persona tiene una historia tan singular, ¿Por qué reducirnos a etiquetas? Vistos de perfil, todos somos cíclopes peligrosos.

Pablo Picasso 1926. Cabeza (personaje).

Óleo sobre lienzo. España: Fundación Masaveu.

Este otro cuadro de Picasso nos presenta la cabeza compuesta con dos pedazos de la misma. Una está en la posición convencional, mientras que la otra está encajada horizontalmente en su cara izquierda (a nuestra vista), formando media cruz. Las cabezas partidas forman parte de una reflexión de Picasso sobre la alienación, la disociación entre nuestras ideas, creencias, sentimientos. La cabeza nos engaña cuando solo confiamos en la razón mecánica o no está anclada en el centro vital donde el corazón lo integra todo.

En 1926 la sociedad europea estaba ya dando claras señales de que se encaminaba sin freno a una conflagración mundial y eso estaba sostenido sobre el pensar ordinario de los ciudadanos, a los que se partía la cabeza entre lo que sentía su naturaleza humana y lo que se ordenaba que debían pensar. Las cabezas partidas son un requisito para la tiranización de las sociedades y Picasso siente que esas disociaciones comenzaban a multiplicarse en el mundo. Una de las que Picasso pinta en este cuadro acaba alcanzando forma de bala y es disparada contra el corazón de la civilización. ¿Tenemos nuestras cabezas partidas?

Julio González (1930). Máscara en acero.

Bronce fundido. España: Fundación Masaveu.

Las cabezas del escultor Julio González inspiraron los complejos rostros de Picasso y en la Colección Masaveu tienen el gusto de conservar una de sus creaciones sencillas, pero contundentes. Al ver esta máscara de rasgos angulosos y metal, he pensado que hay veces en que las máscaras te hacen daño, deforman y hieren el rostro. Hay veces en que las máscaras protegen a los demás de nuestro estado de ánimo o lo que estamos pensando en ese momento.

La sinceridad en sociedad está sobrestimada; es insensato decir todo lo que nos viene a la cabeza y tener que exponer a los demás a lo que nos pasa por dentro. Las máscaras son contención, amabilidad cuando algo desagrada, intentar poner al mal tiempo buena cara. Pero con frecuencia hay máscaras que nos ponemos que acaban cambiándonos el interior de nuestro rostro, nunca nos las podemos quitar ni siquiera delante de nosotros, no son nuestras sino de otros y deformamos nuestra piel para ajustarnos a ellas.

Joaquín Sorolla (1910). Mi mujer y mis hijas en el jardín.

Óleo sobre lienzo. España: Fundación Masaveu.

Sorolla nos ofrece otro cuadro de gran formato en el que refleja la gran serenidad con que su familia descansa en el jardín de su casa. Impresiona su pintura con pinceladas gruesas y grandes, que definen completamente la obra. La factura de pequeñas pinceladas permite medir mucho más el error, calcular, matizar. Y me viene que pensar con trazo grande, con pensamientos fuertes, definitorios, comprometedores, requiere seguridad, pureza, simplicidad, mirada profunda capaz de sintetizar la luz y la forma en lo esencial.

Salvador Dalí (c.1921). Cadaqués.

Óleo sobre lienzo. España: Fundación Masaveu.

Dalí logra componer un precioso óleo de la Costa Brava catalana formado con pincelada corta de colores cambiantes que quieren hacernos entrar en la profundidad y diversidad del mar en aquellos parajes de rocas rotas capaces de atrapar en sus alveolos copos de luz. Lo que llama mi atención es que el montañoso horizonte que se eleva al fondo es dorado. El horizonte promisorio es un hilo de oro que a veces, cuando uno deja llevar el ánimo por una esperanza lánguida, se vuelve lingote.

Magín Berenguer (1961). Trabajadores de la industria.

Óleo sobre lienzo. España: Fundación Masaveu.

El artista e intelectual asturiano Magín Berenguer nos pone ante un paisaje industrial en el que pasta un solitario caballo. La industrialización ha supuesto en todo el planeta una progresiva desnaturalización; hemos impuesto a hierro un paisaje muerto. El cuadro de mortecinos tonos oscuros enseña al fondo un complejo formado por chimeneas, pasarelas, tuberías y calderas monumentales.

En primer plano dos trabajadores cargan el alimento para que tal factoría siga funcionando. Entre los hombres y la máquina encontramos al que quizás podría ser el último caballo del recinto. La desaparición de los animales de tracción como bueyes y caballos, fue un paso más en la desaparición de la fauna de nuestra vida, una escisión que fue haciendo más radical y se convirtió incluso en un imperativo higiénico. Sin animales en nuestro entorno nos hacemos mucho menos humanos.

Pablo Gargallo (1924). Bañista (cabeza inclinada).

Mármol. España: Fundación Masaveu.

Ella toma con su mano izquierda la melena que cae mojada desde su hombro a la vega del pecho, y con el brazo extendido agarra la toalla larga que se derrama sobre el suelo como un capote torero o una caprichosa pirámide. Y pienso que nuestra ropa es extensión del pelo, es caída de nuestra cabeza. Y en términos generales, la ropa es pelaje, pero nunca alcanzará la gloria rayada del tigre.

Daniel Vázquez Díaz (1911). Maternidad.

Óleo sobre lienzo. España: Fundación Masaveu.

La camisa blanca del padre que contempla sereno a su hijo es signo de pureza, limpieza, sencillez, uno se vuelve espuma, nube, nieve. Y pienso en mi padre cuando me miraba así. Ahora el cuerpo de mi padre ya es ropa blanca tendida secándose al sol.

Francisco Durrio (c.1930). Cabeza de durmiente.

Cerámica vidriada. España: Fundación Masaveu.

El vallisoletano Paco Durrio de Madrón fue un escultor y sobre todo ceramista modernista, celebre por sus cabezas. Contamos con una en la Colección Masaveu. La cabeza reclinada se deforma para tender su cara izquierda. El cráneo, abierto como un florero. El sueño nos abre la cabeza, es imposible contenerlo, se convierte en un agujero negro de densidad y apertura inmensas. Y además uno en el sueño está vidriado, perfecto. Nadie es malo mientras duerme. Sueña el barro, somos barro cuando soñamos, volvemos al sueño primordial en el que comenzamos a existir cuando éramos gestados ―¿están dormidos los fetos? ¿Sueñan?― o estábamos tendidos mientras nos moldeaba Dios.

Benjamín Palencia (c.1932). Boceto para el cartel de La Barraca.

Tinta y lapices sobre papel. España: Fundación Masaveu.

De adolescente me atraparon los sobrios y dramáticos paisajes manchegos de Benjamín Palencia. En esta ocasión nos encontramos ante una propuesta que hizo a Federico García Lorca para el emblema del grupo teatral la Barraca que comenzaría su singladura por los pueblos de España en el año 1931. Palencia combina eficazmente la máscara del teatro, la antorcha de la Razón y la rueda del carro sobre el que trasladaban las obras de un lado a otro por las carreteras de tierra que todavía unían unas aldeas con otras.

Debíamos replicar la idea de Benjamín Palencia y añadir ruedas a todas nuestras instituciones culturales para poder difundir lo más valioso de nuestra cultura, lo que transmite los valores, creencias, sentimientos y obras más profundas. Hay que llevar de nuevo la cultura por los caminos, hay que poner ruedas a los museos, teatros y auditorios. Y a las iglesias.

Salvador Dalí (1952). Assumpta corpuscularia lapislazulina.

229,9 x 144,2 cm. Óleo sobre lienzo.  España: Fundación Masaveu.

Ante el horizonte marino puro, en absoluta paz del alba, apartando a un lado y otro nubes negras, se eleva asunta la Virgen María con aguda verticalidad como columna transparente del cielo. En su seno gesta a Cristo crucificado sobre la mesa eucarística. El manto que la cubre se descompone en cuernos y marfiles. A sus pies, el mundo vaciado, o más bien mostrando el vacío de materia invisible que lo forma.

Es admirable cómo esta reflexión daliniana sobre la carne del espíritu se vuelve tan actual con la nueva complejidad de la materia. Estamos ante un nuevo salto en el descubrimiento científico de lo que es la materia, pero nuestra cultura dominante sigue sujeta a una concepción decimonónica de la misma. Cada vez más la materia nos abre a un diálogo con la complejidad del saber, del sentir, del amar.

Antonio Saura (1983). El perro de Goya.

Óleo sobre lienzo. España: Fundación Masaveu.

Es difícil hacer resaltar a unos artistas sobre otros entre el gran talento plástico y poético que hubo en España en la Generación de 1950 o Generación del Silencio, pero Antonio Saura siempre tendrá un lugar destacado por su intenso diálogo con la identidad clásica del arte español. En esta ocasión, Masaveu nos invita a contemplar de cerca el careto del perro de Goya que hizo suyo Saura. Cada gesto, cada punto de la cara que siente el perro, se transforma en pincelada dolorosa que forma también nuestro rostro.

Visitamos esta colección al tercer día de la terrible dana que asoló Valencia, y ver este perro hasta el cuello de barro me impresiona. Por un lado los rostros retorcidos de dolor de quienes buscan y por otro el alma ya en paz de quienes han vuelto al barro del que salimos. Y en medio el interrogante que siempre es este perro que mira extasiado a un pequeño pájaro mientras entrega su vida a la muerte. Morir así, mirando una avecilla que se pose en el alféizar de la ventana.

Manuel Millares (1962). Cuadro 185.

Técnica mixta sobre arpillera. España: Fundación Masaveu.

En esta obra, el canario Millares da forma de cruz a sus telas desgarradas e incluso se podría introducir como santo Tomás los dedos por su herida del costado. La cabecera es enorme y desafiaría al equilibrio si fuera puesta en pie. Es una cruz blanca, negra y bañada de sangre roja. ¡Cuánto dolor hay en las telas rotas de Millares! No nos deja olvidar que en el reverso de toda tela hay un rostro de pasión.

Martín Chirino (1975). Paisaje VIII.

Hierro forjado empavonado. España: Fundación Masaveu.

Las Canarias de Millares, Chirino y Manrique hicieron una gran contribución al arte mundial en un siglo XX que se le hizo demasiado cuesta arriba a la humanidad. Chirino crea una de sus esculturas que parecen unos brazos abiertos. En esta ocasión crea un paisaje elevado como si fueran grandes alas de un ave. Es precioso, conmovedor, emocionante. Todo verdadero horizonte es alas al cielo.

Jaume Plensa (2018). Silencio.

1560 x 245 x 190 cm. Resina de poliéster, polvo de mármol y acero inoxidable. Madrid: Fundación Masaveu.

La Fundación Masaveu encargó al barcelonés Jaume Plensa, quizás nuestro artista vivo de mayor proyección mundial, que pensara una obra para un patio interior estrecho y muy vertical de tres plantas. El resultado fue la obra Silencio, que protagoniza lo que la Fundación bautizó como Patio del silencio. Es impresionante cómo Plensa convierte el patio gris y vacío en un lugar excepcional, donde parece que es el propio espacio el que se calla, el paralelepípedo entero el que se calla. El patio interior es interior de cualquier cuerpo y la niña que acaba de entrar en la pubertad pide un silencio virginal tapándose la boca con sus dos delicadas manos. El blanco es nival, de una cegadora pureza. Debemos callarnos, debemos contenernos. Cerrar los ojos y callar.

Muchas otras obras llamaron mi atención, muy especialmente la estancia dedicada a Barceló, pero en cada visita tengo un número limitado de obras en que puedo centrarme, dedicarles tiempo, dialogar con ellas y anotar. Volvamos y sigamos buscando los sonidos del violín de Colliure. Son la música de los diarios del impoder.

 


Referencia:

  • Maria Dolores Jimenez-Blanco (comisaria) (2024). Arte español del siglo XX. De Picasso a Barceló. Exposición. Madrid: Fundación Maria Cristina Masaveu Peterson.