En el Colegio San José de Calasanz de Algemesí, al estar situado en una zona baja, están acostumbrados a achicar agua, pero nadie está preparado para una DANA.
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El 29 de octubre, tras enviar a los 700 alumnos a casa ante la previsión de las lluvias torrenciales, el director del centro, José Espiritusanto, junto a la portera y algunos de los 50 profesores, comprobaron que el sistema de barreras que habían diseñado funcionaba.
Sin embargo, momentos más tarde, recibieron una llamada alertando de que el río se había desbordado y tocaba volver a casa… hasta mañana, pero un tsunami de barro comenzó a anegarlo todo, de tal forma que ni siquiera José llegó a su domicilio y tuvo que pasar la noche en casa de una de las familias del colegio.
Al día siguiente, cuando paró de llover, José volvió a su casa como pudo. En la puerta le recibieron sus muebles, pues toda la planta baja estaba inundada. En el colegio, mismo resultado: dos metros de agua acabaron con su despacho y todas las aulas de infantil. El patio, también, hasta el 3 de noviembre, cuando los bomberos llegaron desde Cantabria con una bomba que extrajo el agua durante 48 horas.
Un ejército de voluntarios
En medio del caos, “un ejército de voluntarios formado por profesores, alumnos, ex alumnos, familias, vecinos de nuestro pueblo y de los aledaños, y gente de nuestros colegios de Valencia se han volcado llegando a ser en algunos momentos hasta 500 personas con escobas, palas y todo lo que encontramos”. “Ha sido escalofriante ver cómo la gente se ha movilizado”, comenta a Vida Nueva al otro lado del teléfono.
Como decía Calasanz, “el prestigio de las escuelas está en tener buenos maestros”. Y José es uno de ellos, así que teniendo ya limpio el patio y toda el área de infantil, aunque sin ningún mueble, se le ocurrió aprovechar las cocinas que utilizan los alumnos del grado básico de restauración para dar de comer caliente a sus vecinos.
Y, como “en lo que falten los hombres suplirá seguramente el Señor”, apareció de repente World Central Kitchen, la ONG del Chef José Andrés. Juntos están sacando 2.000 raciones diarias. “Todos estamos sobreviviendo con lo que nos dan y vas haciéndole a los nenes bocadillos y demás, pero hasta ahora no había una opción caliente”, explica.
‘Tuppers’ para niños y ancianos
Si los primeros días pudieron cocinar lentejas y arroz, luego camiones llegados desde Mercavalencia, furgonetas enviadas desde cofradías de provincias vecinas o de parroquias están llenando las neveras del colegio para que la ayuda no cese. “Jamás imaginé que la solidaridad pudiera moverse tan rápido y bien”, afirma.
Ahora, cada día y sin previsión de que esta ayuda cese pronto, los profesores salen con bolsas y ‘tuppers’ rumbo a las casas de las personas mayores que siguen sin salir y de los vecinos cercanos al colegio, que está situado en una de las zonas más deprimidas de la ciudad.
“Lo peor es cuando los profesores regresan llorando, porque la situación de las calles es dantesca, con montañas de muebles, sofás, televisiones, neveras, colchones…”, comenta José. A todos los enseres de los vecinos se suma el lodo y las bolsas de basura que siguen amontonándose sin que nadie venga a buscarlas, lo que está dejando “un olor indescriptible”.
José, al igual que los 28.000 vecinos de Algemesí, lo ha perdido todo, menos la esperanza. Mientras su mujer y sus hijas reorganizan la casa, él, que se autoconfiesa “un privilegiado”, lleva las riendas del colegio-cocina en el que se ha convertido el centro.
“No me dejo vencer, y aunque haya sentido el abandono político, no el familiar y el de los amigos, así que nos sentimos muy acompañados”, reconoce. Y completa: “Estoy seguro de que Dios nos dará la fuerza y saldremos adelante. Ahora toca estar a tope y ayudar a los demás”.