Uno de los efectos pocos abordados en la sociología y, en las reflexiones sobre la convivencia humana, es el de la desconfianza, que no es más que hacer viva las palabras del refrán: “desconfiar hasta de la sombra”.
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El asunto es grave cuando la desconfianza permea todos los niveles de la vida social; los hijos desconfían de sus padres, los padres de sus hijos; los maestros de sus alumnos, los alumnos de sus maestros; los civiles de la policía, la policía de los civiles; los ciudadanos de los políticos… ah, hasta allí, los políticos solo desconfían y le temen a perder el poder y sus jugosos beneficios, lo que podría traducirse en ver a todos los que piensen y opinen distinto como una amenaza.
La consecuencia de la desconfianza social es una especie de esquizofrenia colectiva, el no saber quién es quién ni cuáles son sus intenciones; todos son potenciales enemigos y segurísimos traidores.
La desconfianza erosiona el sentido común, hace que la persona se rinda ante la ideología y la posverdad, justificando acciones totalmente irracionales y deshumanas.
La consecuencia de la desconfianza
José Luis Martín Descalzo lo refería en un texto sobre las derrotas humanas:
“Uno se va adaptando al modelo impuesto por los demás al ir renunciando poco a poco a las ideas y convicciones que le fueron más caras en la juventud. Uno creía en la victoria de la verdad, pero ya no cree. Uno creía en el hombre, pero ya no cree en él. Uno creía en el bien y ahora no cree. Uno luchaba por la justicia y ha cesado de luchar por ella. Uno confiaba en el poder de la bondad y del espíritu pacífico, pero ya no confía”.
La desconfianza no solo pone enemigos dónde no los hay sino que distorsiona la realidad misma, las relaciones interpersonales, la convivencia y por ende, la armonía, la búsqueda de la paz, incluso la democracia y todo aquello que no debería perderse del horizonte.
Sembrar desconfianza para dominar
El papa Francisco advierte al respecto de cómo la desconfianza es parte de una estrategia de dominación, y vaya que son varios los que pretende dominar a la sociedad, el discurso, los algoritmos, el pensamiento, y las acciones.
Dice: “La mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores. Hoy en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar” (FT 15).
La cura contra la desconfianza
Por eso, el antídoto contra la desconfianza es lo real, la realidad que es superior a la idea, la evidencia certera de lo que ocurre, y no la elucubración de lo que se dice, o lo que ‘nos’ dicen.
En segundo lugar, el fomentar la cultura del cuidado común, que deriva del bien común, elevar el pensamiento que sale del yo y comprende la convivencia desde un nosotros positivo, no colectivista absorbente, sino desde la unidualidad, que evocaba Edgar Morin. El uno en todos, el todo en uno.
El Santo Padre señala las pistas de este antídoto, de realidad y cultura del cuidado, desde el amor y la esperanza, que derivan en amistad social, a partir de “la confianza en las reservas de bien que hay en el corazón del pueblo, a pesar de todo” (FT 196).
La invitación es no dejarse robar el bien, no dejarse robar la esperanza, y cultivar la caridad en el corazón del pueblo, a pesar de todo.
¡Valdrá la pena intentarlo!
Por Rixio Portillo. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey