El impacto que algo provoca a la sociedad suele tener los días contados. No somos capaces de mantener altos niveles de atención ni de sensibilidad durante demasiado tiempo y aquello que acaparaba las noticias un día queda se arrincona en el olvido tras una temporada. No sé cuánto durará la conmoción generalizada por los desastres de la DANA, pero sí que me hago cargo de lo que está suponiendo para mucha gente deshacerse de kilos y kilos de ese barro que lo ha enfangado todo, que les sitúa ante la propia impotencia y que insiste en decirles que nada será como antes. Es verdad que a la mayoría de nosotros no nos ha sucedido una desgracia de este calibre, pero estoy segura de que nos hemos encontrado en alguna ocasión ante momentos existenciales parecidos.
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Quien más y quien menos nos hemos visto alguna vez en circunstancias tan grandes y que nos cogen tanto que, ante ellas, nos sentimos pequeños, nos desbordan con mucho y nos devuelven constantemente la sensación de que la realidad nos vence y que somos incapaces de enfrentarnos a ella. Se trata de esos momentos en los que no se encuentran las fuerzas ni las posibilidades necesarias para vivir como se quisiera, en los que se vislumbra el horizonte, pero parece tan lejano e inalcanzable que frustra el deseo de avanzar hacia él. Me refiero a esas situaciones que nos tientan de apalancarnos al borde del camino y que minan toda energía necesaria para movernos, como aquel ciego del que nos habla el evangelio (Mc 10,46-52).
Voz interior
Tenemos mucha suerte si en esos momentos seguimos manteniendo el rescoldo de nuestra voz interior. Esa que, como a Bartimeo, nos impulsa a pedir ayuda a quienes pasan por el camino, nos abre a acoger ese “¡Ánimo, levántate!” que él escuchó y nos pone ante la presencia de Quien nos regala un modo nuevo de mirar las circunstancias. Es entonces cuando podemos reiniciar el camino, nunca tan rápido como desearíamos, pero dando en cada momento el siguiente paso posible.
No importa si es pequeño, si no luce, si es minúsculo comparado con todo lo que hay que hacer, pues es el paso que se puede dar en cada momento y que permite reducir “a pocos” la distancia que nos separa del horizonte. Está claro que falta mucho para que los pueblos más afectados por la DANA vuelvan a la normalidad, pero a ello nos acerca cada gramo de barro que se limpia.