Hace mucho tiempo, en 1978, metido en la vorágine de los campamentos, compré un libro sobre técnicas de expresión: gráfica, artística, corporal, decorativa, grupal… Me pareció muy interesante, pues me enseñaba el arte de confeccionar un cartel, la distribución de los espacios, las posiciones físicas abiertas y cerradas, escenificación e improvisación, etc. El primer capítulo, para mi sorpresa, se titulaba “La dificultad de ser” y su primera parte, “Una psicología de la incomodidad”. Y preguntas y más preguntas: ¿Cómo capturar la esencia de la vida en sus múltiples expresiones? ¿Cómo mostrar la espiritualidad que nos sostiene? ¿Cómo reflejar el paso del tiempo y la fugacidad de la vida?…
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Aprendí mucho de él, lo llevo conmigo en mis traslados, está ya bastante ajado, pero me gusta ojearlo de ciento en viento. Por desconocimiento de la materia, me sorprendió un capítulo sobre el arte milenario de los arreglos florales: el ‘ikebana’. Que se sepa, se originó en Japón sobre el siglo VI. Después, me he hecho con algún libro sobre este arte ancestral, que tanto tiene que ver con la estética tradicional japonesa de sus casas de madera ensamblada con paredes de papel de arroz, los jardines diseñados deliberadamente y que captan la espontaneidad de la naturaleza, la ceremonia del té, etc.
Solo tres ramas
Vayamos al grano. El estilo más estructurado y simétrico es el ‘shoka’ (lo he tenido que volver a mirar), tan solo tres ramas. La rama alta representa el cielo; la mediana, al ser humano; y la pequeña, la tierra. Los tres elementos están en un equilibrio asimétrico, asentados sobre los huecos de una roca. Esta composición no es solo un elemento artístico, sino una enseñanza espiritual, que nos invita a la introspección, también para nosotros los occidentales. Bueno, sin rodeos, lo que está claro es que la belleza nos lleva a Dios.
No hace falta más desarrollo. Ahora vuelvo a las preguntas del primer capítulo: capturar la esencia, mostrar la espiritualidad y reflejar el paso del tiempo. Y aquí estamos tú y yo: entre el cielo y la tierra, como una rama cobijada y sostenida por una roca agujereada por nosotros y por nuestra salvación; está todo dicho, solo hay que contemplar.
Comprenderás ahora por qué mi árbol Navidad, junto al Misterio de la Encarnación, son tres ramas secas, encajadas en los agujeros de una piedra y adornadas, eso sí, con unas pequeñas estrellas de madera. ¡Ánimo y adelante!