Editorial

Educar con un nombre propio

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Escuelas Católicas ha celebrado su XVII Congreso bajo el lema Ser, estar, educar… con nombre propio, que ha reunido entre el 7 y el 9 noviembre en Madrid a cerca de 2.000 educadores pertenecientes a los más de dos millares de colegios eclesiales, donde crecen más de 1,2 millones de alumnos.



Este foro de reflexión y encuentro tiene lugar en medio de no pocas encrucijadas para los educadores y la propia Iglesia, tomando como punto de partida la creciente secularización, que afecta al perfil de familias y estudiantes con una minoritaria experiencia de fe, que conlleva la desaparición progresiva de religiosos y sacerdotes de las aulas. A esto se suman las dudas sobre la sostenibilidad de los centros a medio plazo debido a la infrafinanciación por parte de los poderes públicos a los módulos de los conciertos y la nula equiparación de los salarios en la escuela pública.

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Por ello, resulta especialmente relevante que los organizadores del congreso hayan apostado por ahondar en la identidad de las aulas cristianas y en la necesidad de personalización en los procesos educativos como eje de esta particular cumbre. Esto se tradujo en una llamada constante desde el escenario del auditorio, por parte de los ponentes, para que todos los agentes educativos se pongan manos a la obra para ser Buena Noticia, desde un acompañamiento con la misma excelencia con la que se cuida la transmisión de los conocimientos. Para ello, lo mismo en los equipos de pastoral que en clase de matemáticas o en el aula, se ha de contagiar y hacer realidad el Reino de Dios desde una educación inclusiva y en la diversidad que pone en el centro al niño y al joven, como lo hizo Cristo ante sus discípulos.

Escuelas en salida

Esta apuesta dista de algunas corrientes educativas que consideran que aquellos centros con titularidad católica han de funcionar como fábricas de creyentes en un sentido militante, con ciertos tintes ideológicos y con un aderezo alarmante de proselitismo. Ser, estar y educar desde el Evangelio en el aula implica hacerse samaritano, saber descubrir a quienes están al borde de los caminos de la salud mental, de las familias desestructuras, de los migrantes recién llegados o de quienes se preguntan por su identidad sexual. Solo desde los heridos de hoy y no desde escuelas burbuja se puede salir a su rescate y encaminarlos hacia esa posada en la que se convierte la escuela católica.

Ahí está la referencia de tantas fundadoras y fundadores que hicieron realidad la parábola desde su pasión por dignificar a los más vulnerables a través de las aulas. Lejos de abrumar por su heroicidad y valentía, hoy se convierten en coordenadas para ser escuelas en salida que educan con un nombre propio: Jesús de Nazaret.

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