La decisión del primado de Inglaterra, Justin Welby, de dimitir después de asumir su responsabilidad subsidiaria por el encubrimiento del mayor caso de abusos conocido en la Iglesia anglicana, ha generado un terremoto con réplicas en todo el orbe cristiano y en la sociedad civil. No es para menos, teniendo en cuenta la trayectoria más que reconocida del arzobispo de Canterbury, tanto por ser pastor de una confesión que aglutina a más de 85 millones de fieles como por su apuesta por el ecumenismo de la caridad y su capacidad para responder con un actitud propositiva a los desafíos de hoy.
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Decisión honrosa
Sin embargo, la lacra de la pederastia ha truncado este liderazgo plausible. Es más, le honra asumir en primera persona la inacción después de que hace una década tuviera constancia de las denuncias de un depredador múltiple y no haber tomado las riendas de una crisis que no ha hecho sino complicarse a medida que se miraba para otro lado. La renuncia de Welby es, por tanto, una llamada de atención para quienes consideran que la lacra de los abusos ya está encaminada, y más aun para aquellos que piensan que se puede seguir ocultando a las víctimas debajo de la alfombra.