La carta
El cardenal jesuita Michael Czerny, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, que ha estado en Valencia en nombre del papa Francisco hace unos días, ha escrito una carta –lo ha hecho en otras ocasiones– fechada en Roma el pasado 16 de noviembre de 2024. En ella recuerda que se cumple ese día el 35º aniversario del martirio de los jesuitas Ignacio Martín-Baró, Ignacio Ellacuría, Juan Ramón Moreno, Amando López, Segundo Montes y Joaquín López y López, y de sus dos colaboradoras Elba Julia Ramos y su hija Celina Ramos. Una matanza que se produjo en el campus de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, la conocida situada en San Salvador, la capital de El Salvador.
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En su carta, el cardenal subraya que “el grupo de jesuitas de la UCA, atento a las necesidades de los últimos y de los indefensos, se comprometió por la paz con una opción preferencial por los pobres, haciendo bien aquello a lo que estaban llamados por vocación y misión: formar estudiantes capaces de asumir responsabilidades sociales, cívicas y políticas para el país, es decir, capaces de entregarse a los demás”. Visto el martirio desde la oblación, para Czerny “los jesuitas salvadoreños, mártires de la justicia, nos dan testimonio de que la semilla se transforma en semilla de vida sólo si acepta dejarse ir como alimento de la tierra”.
Un testimonio que sigue siendo válido para el día de hoy, ya que, señala, “el camino sinodal nos invita, una y otra vez, como un nuevo comienzo a evangelizar, como vocación de cada cristiano, y a ser testigos”. Y es que, añade, “la vida cristiana, nacida de la muerte, nos habla de una fecundidad que sólo se da en la medida en que se opta por hacer de la propia existencia un pan partido ‘para todos’”. Así, recalca, “nuestros hermanos de la UCA se hicieron comida y bebida, y derramaron su vida como una libación para los últimos”.
El prefecto, que anuncia que visitará el país en breve y rezará “ante las tumbas de san Óscar Romero y de nuestros mártires” recuerda que “el modo sinodal de vivir las relaciones es un testimonio social que responde a la necesidad humana de ser acogido y sentirse reconocido dentro de una comunidad concreta”, algo que, añade, “es un desafío al creciente aislamiento de las personas y al individualismo cultural, que incluso la Iglesia ha absorbido a menudo, y nos llama al cuidado mutuo, a la interdependencia y a la corresponsabilidad por el bien común” como ha invitado el último sínodo.
El martirio
La fuerza de asalta salvadoreña, en concreto el batallón de élite Atlácatl, entró en la UCA el 16 de noviembre de 1989, en el contexto de la salvaje guerra civil. No muchos años atrás, el 24 de marzo de 1980 fue asesinado en la misa ciudad, en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, el arzobispo Óscar Romero tras hacer, el día anterior, un claro llamamiento al ejército. Los jesuitas defendían desde la universidad un acuerdo negociado entre el gobierno de Alfredo Félix Criatiani y la guerrilla del FMLN. Desde el Gobierno los religiosos eran cercanos a la teología de la liberación y, por tanto, eran aliados de la guerrilla izquierdista. En este sentido las acusaciones públicas habían sido constantes antes del día de la matanza, especialmente por el grupo de ultraderecha “Cruzada pro Paz y Trabajo” y algunos líderes militares.
Son militares vinculados a los ministerios de Defensa y Seguridad Pública quienes establecen la sentencia de muerte y reservan la tarea al batallón dirigido por el coronel Guillermo Alfredo Benavides Moreno quien toman la decisión de eliminar a Ellacuría, sin dejar testigos usando un rifle AK-47 que había sido capturado por el FMLN para distraer las culpas.
Entrando por la comunidad reunieron a la mayoría de los jesuitas en un pequeño jardín –aunque uno de ellos sería encontrado más tarde dentro de la residencia, como la cocinera de la comunidad, cuyo marido hacía de jardinero, y su hija– donde fueron fusilados boca abajo por dos soldados. Además, se llevaron dinero, algunos documentos, saquearon el Centro Monseñor Romero de la UCA y dejaron un cartel de cartón que atribuía la matanza al FMLN. Jon Sobrino, miembro de esa comunidad, se libró porque estaba en Bangkok. El hecho de que cinco fueran españoles aceleró la atención internacional y ha permitido que se desarrollen juicios en Estados Unidos y España después de que se cerrase en falso el caso en El Salvador.
El presente
La guerra civil terminó en el país en 1992 después de más de 12 años. La firma de los Acuerdos de Paz de Chapultepec entre el FMLN y el todavía presidente Cristiani –lo fue de 1989 a 1994–, cerraban una etapa y abrían las tareas de la Comisión de la Verdad para El Salvador, que recibió más de 22 000 denuncias de violencia política. Además, la guerra, dejaba unos 75.000 muertos (la mayoría civiles), 550.000 desplazados internos y 500.000 refugiados en otros países según las cifras más aceptadas.
La reconstrucción tuvo que comenzar en un país sin campesinos, sin instituciones, descapitalizado en lo económico y reproduciendo los esquemas de la guerra fría en lo político aunque manteniendo la constitución de 1983. El partido de Cristiani gobernó hasta 2009, llegando la izquierda a través de la marca del FNML al poder en ese año; siendo derrotados en 2019 por el actual Nayib Bukele. La oposición principal de Bukele es precisamente el FNML y los organismos internacionales cuestionan su lucha contra las bandas para mejorar las tasas de seguridad en el país. Su nuevo proyecto, tras ser famoso por su macrocárcel ahora espera expandir su proyecto por toda Centroamérica. Mientras, los obispos han denunciado cada vez que el presidente ha abusado de la declaración de estado de excepción, una denuncia que siempre ha sabido a poco al Comité Nacional Monseñor Romero. “La Iglesia de hoy, no es la Iglesia de Romero. Calla, solo anuncia un evangelio tibio, indeciso, pasivo; es espectadora de la historia”, señalaban el pasado mes de junio. En cualquier caso, queda mucho camino por recorrer…