Las últimas semanas han sido duras en Valencia. Creo que cualquier lector sabe por qué. Las noticias han llegado a todo el mundo. He recibido mensajes de amigos míos provenientes de Corea, de Estados Unidos, de muchos países de Europa, de alguno americanos… A todo el mundo han llegado ecos del desastre. Yo he decidido verter algunas de las experiencias que he vivido estos días en unos “Diarios de agua y barro” que publico diariamente desde hace más de una semana.
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Si en mis diarios hablo de lo vivido, de lo sentido, de lo experimentado, aquí quiero hacerme eco de algunas reflexiones que me suscita todo lo que hemos y estamos viviendo. Quiero compartirlas con los lectores, en la línea de las entradas de este blog, por si alguna de ellas puede ser útil para ellos.
Lo primero que voy a decir es que creo que tenemos que aprender a analizar y hablar sobre los hechos y sobre las cuestiones independientemente de quien las ha realizado. Con frecuencia esto no sucede. Como veréis la semana próxima, considero que las autoridades han sido incompetentes. Creo que no lo han hecho bien. Ahora bien, afirmarlo y razonarlo tiene sus detractores. Algunos te dicen que hay que ir con cuidado en como se dice para no dar argumentos al contrario. Solo hay que destapar la incompetencia si es de los otros, pero no si es la mía.
Este es uno de los grandes problemas de nuestra sociedad actual, que juzgamos con distinto rasero a los míos y a los otros. Las cosas no se analizan según los hechos sino según quien lo hecho. Si el presidente Sánchez huye de los vecinos de Paiporta, parece que no hay que decir que fue una huida porque eso puede dar alas a la ultraderecha. Si el presidente Mazón y su equipo no han hecho una buena gestión en la desgracia, tampoco hay que decirlo muy alto porque eso da argumentos a la izquierda y les hacemos el juego.
Críticas constructivas
Creo que nos hace un flaco favor el ver las cosas de esta manera, porque lo importante para el avance social es hacer críticas constructivas que aquello que sucede. Esto nos ayuda a encontrar caminos de mejora para situaciones futuras. La única manera de construir bien común es partir de la realidad, y si esta es mala, reconocerlo para mejorarla.
Si lo único que hacemos es esconder la incompetencia de los nuestros para no dar argumentos a favor de los otros, no mejoramos nada y nos enrocamos en nuestra propia defensa. La Iglesia también hemos pecado de eso, de esconder determinados comportamientos inadecuados porque era uno de los nuestros y podía comprometer la institución. Debemos ser libres para poder denunciar aquello que creemos que lo merece y para proponer soluciones, aunque consideremos que quien lo ha hecho es uno de los nuestros.