Una encíclica papal puede ser considerada desde muchos puntos de vista. Uno de ellos, que debe resaltar y justificar el texto, es su oportunidad para afrontar un tema candente y urgente que afecta al dogma y a la práctica religiosa de los católicos romanos. A ellos debe ir dirigida, fundamentalmente, aunque, como es lógico, un documento de tal importancia tenga repercusiones fuera de la Iglesia católica.
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Hay quienes consideran la encíclica ‘Dilexit nos’ como la tercera parte de la trilogía –Fratelli tutti y Laudato si’– y, parece ser, se desarrolla en esa línea; pero más dentro de un contexto piadoso y, si se me permite la expresión “populista”, con mermada referencia a la teología moderna, fundamentada en una sana antropología filosófica cristiana y una exégesis bíblica acorde con la revelación interpretada por la Iglesia.
Y no solo por algunas orientaciones espirituales y piadosas que tuvieron su justa exposición y manifestación en otros tiempos, que ya no son los nuestros, y bajo concepciones antropológicas y teológicas, incluso místicas, ya superadas hoy día; superadas por la fuerza imparable del crecimiento y desarrollo de la Tradición católica.
Con cierto temor y respeto, pero con gran preocupación también, leo y releo, y comento con algunos cristianos el texto de la encíclica.
Visión pesimista
En primer lugar, la visión que plantea del mundo creado por Dios es más bien pesimista, e ignora que siglos de evolución nos han llevado, a pesar de los fallos y guerras espantosas, a una mayor conciencia global de hermanamiento entre todos los pueblos y de creación de instituciones empeñadas en favorecer y fortalecer la paz y el desarrollo. En la encíclica se debería reconocer más este aspecto.
Dentro del análisis global que se hace de algunas de las causas del “malestar social”, “del egoísmo y de la lejanía de la persona de sus semejantes”, de las “incoherencias y dualidades” en “las formas de culto y manifestaciones religiosas”, se debería insistir más en que esas realidades y actitudes se dan y están muy arraigadas aún en la Iglesia, en la que no faltan brotes e iniciativas (muy importantes y numerosas) para un “retorno al pasado” que produce un rechazo justificable a la Iglesia “oficial”.
La parafernalia simbólica utilizada por la encíclica, y las referencias a varias figuras prominentes de la devoción el Corazón de Jesús, me atrevería a decir que están un tanto “demodés”, y que corresponden a capítulos de la historia de la espiritualidad cristiana que, estudiados en su contexto y concediéndolos el valor relativo que propiciaron algunas escuelas de espiritualidad, no revisten el carácter de “universalidad” necesarios para ser elevados en una encíclica a la categoría de “modelos universales”.
Más allá de lo fisiológico
Hoy día la medicina nos dice qué es el corazón y lo que representa (Y es posible que pronto muchas personas lo tengamos de plástico). La filosofía cristiana nos remite a realidades espirituales y psicológicas que van mucho más allá de lo fisiológico (para que no caigamos en una homeopatía espiritual o en una “teología de autoayuda”).
Es la persona en su totalidad la que entra en relación con Dios, el mundo y los demás. Los populismos al uso hoy día fomentan y trastocan los sentimientos, generalmente para producir efectos que poco tienen que ver con la razón –el ‘punto virgen’, la ‘scintilla animae’ de Juan de la Cruz, Maestro Eckhart, Tomas Merton–.
Es en ese santuario interior de la razón donde Dios ha depositado en “todo hombre” la chispa de su imagen. Y esa chispa aflora e ilumina a toda la persona, rompiendo las barreras, ¡ojalá!, que le han impuesto los condicionamientos de su educación, cultura y religión (que en la mayoría de los casos, eso sí, se han quedado más en corazón que en la razón.
El corazón de Dios
La razón, lo que hace la humanidad, requiere educación para poder interpretar la creación y la misión del hombre en el mundo. El libro de los Proverbios describe varias veces al corazón como “engañoso, falaz, incomprensible, terco, sin remedio… incapaz de ser entendido”.
El amor de Cristo, Verbo y hombre, proviene de su ser total y se derrama sobre los demás por ser un corazón semejante y proveniente del “corazón” de Dios; el es Logos y Verbo, de un proyecto Trinitario que abarca a toda la humanidad, a cada persona en particular, y a la creación entera que está en manos del hombre, y ante la que debe sentirse responsable. Puede ser que nuestro corazón se conmueva ante las imágenes de Gaza; pero quizá también la razón esté alineada con los poderes y las fuerzas que ignoran y trastornan el plan de Dios.
Termino con un párrafo del ‘Comentario al Cantar de los Cantares’ de Gregorio de Nisa: “Tal vez, en efecto, esta fragancia no sea ajena a la que da a la Esposa el olor del Esposo. En el Evangelio, se derrama sobre el Señor y llena con su buen olor la casa en la que tuvo lugar la cena. Leí también, me parece, que la mujer había significado con este perfume anticipadamente, por alguna inspiración profética, el misterio de la muerte del Señor, como lo atestigua, cuando dice: ‘Ella previó adelantadamente mi embalsamamiento’. Y nos enseña que la casa llena del buen olor significa ‘el mundo entero y toda la tierra, cuando dice que dondequiera que se proclame esta buena nueva en el mundo entero, el olor del perfume se mezclará con la proclamación del Evangelio» y que «el Evangelio mantendrá viva su memoria'”.