Ahora, en estos días en diferentes ámbitos y contextos, se habla de una Iglesia al lado de los más necesitados, de los sufrientes, de las periferias y de los más desfavorecidos de la sociedad.
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El papa Francisco se ha volcado a convocar un sínodo como participación de muchos laicos y sacerdotes que caminan juntos en pro de un sentido enriquecedor para construir entre todos una Iglesia “viviente” con varios rostros que nos interpelan hoy y nos cuestionan sobre la manera de vivir nuestro estilo de vida en comunidad.
Porque la palabra rostro es fundamental en cualquier contexto, somos hombres de carne y hueso, llamados por Jesús a una misión. En el documento de Aparecida, nos ubica en el contexto de los rostros sufrientes que nos duelen. No somos una Iglesia ajena al dolor o al aislamiento de muchas personas que optan por alejarse cada día más de nuestra Iglesia católica o de otras denominaciones. Algo está pasando que no llena profundamente el corazón y el rostro de las personas que siguen sufriendo en el día de hoy.
Los cinco rostros de Cristo en Aparecida
Son cinco rostros que el Documento de Aparecida nos invita a atender de un modo preferente, aquellos “rostros sufrientes que nos duelen”. Son las personas que viven en la calle de las grandes urbes(1), los migrantes(2), los enfermos(3), los adictos dependientes(4) y los detenidos en las cárceles(5).
Solo los mencionamos a modo de introducción en este artículo, porque el objetivo es “ver” aquellos rostros que nadie nombra o que pasamos de largo o que no hemos enfatizado, pero que el papa Francisco nos lo ha recordado en los últimos tiempos, como punto de partida para el camino sinodal.
El rostro de Cristo en los pobres: Opción preferencial de la Iglesia
Está opción que no es única, sino preferencial, está implícita en la fe cristológica o nuclear de nuestra Iglesia, los cristianos como discípulos y misioneros estamos llamados a contemplar en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: “Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo”.
Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40)…” (No. 393, Aparecida).
¿Por qué es el rostro del “viviente”?
Porque Jesús está vivo en las comunidades, nosotros creemos que el triunfo de la vida sobre la muerte celebrado en el misterio pascual de Cristo: “… y el que ahora vive no soy yo: es Cristo quien vive en mí. La vida que vivo en este cuerpo mortal me la da ahora la fe que tengo en el Hijo de Dios, porque él me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20).
“La actualización de la Pascua acontece de diversas maneras en medio de la comunidad de los discípulo de Cristo: él sigue muriendo y resucitando en medio de los suyos a través del dolor de los enfermos, a través del sufrimiento de muchos inocentes cuyo testimonio silencioso nos edifica.
La pascua de Cristo se actualiza para los cristianos en la oración personal, en el ejercicio de la Lectio divina, en la vida comunitaria. Mas lo específico de la liturgia es la actualización de la pascua de Cristo por medio del signo” (Tadeo Albarracín M., Pbro, Perspectivas de la reforma litúrgica, Theológica Xaveriana, 148 (2003). Pp. 517).
El rostro de una Iglesia que acompaña
Hoy, no es fácil acompañar las personas, en un mundo de cambios rápidos, de poco tiempo para encontrarnos como hermanos en la fe, muchos católicos solamente asisten a la Eucaristía el día Domingo, donde vive y celebra de manera plena a Cristo.
Es oportuno aprovechar las homilías que sean alegres, que las personas salgan de la celebración de la Eucaristía y comenten que se sintieron identificados con alguna frase o algo que les impacto y les llevo a tocar su vida cotidiana desde la fe. “La Iglesia acompaña y estimula este camino de santidad al ayudar a los hombres a conocer el plan de Dios anunciado por Jesucristo y hacer posible que la historia de los hombres se entronque conscientemente dentro de la corriente de la historia de salvación. De esta manera hace que el proyecto salvífico universal de Dios acontezca en la vida de cada hombre y de cada mujer” (Tadeo Albarracín M., Pbro, Perspectivas de la reforma litúrgica, Op Cit. Pp. 516).
En fin, una Iglesia que acompaña nos sitúa en una necesidad de sintonía con las necesidades del hombre hoy, de las necesidades del hombre que sufre o que carece o que necesita sentirse acompañado, una cosa es el servicio en una celebración o en un rito, otra cosa es sintonizarnos donde encontraremos los verdaderos rostros de Jesús viviente en nuestras comunidades.
En la próxima semana continuaremos sobre otros rostros olvidados o no comentados en nuestras comunidades eclesiales y que pueden alimentar la reflexión sobre los retos del camino sinodal.
Por Wilson Javier Sossa López. Sacerdote eudista del Minuto de Dios