La mayoría de pacientes que atendemos en las salas de medicina interna de los hospitales de todo el país son ancianos. Personas con varias enfermedades a la vez, en ocasiones con ingresos frecuentes, cada pocos meses o incluso cada pocas semanas, que cada vez necesitan más de cuidados hospitalarios para sobrevivir. Se trata de pacientes frágiles, que se descompensan por motivos leves, quizás un catarro, o una infección de orina, que en personas más jóvenes solo supondrían una molestia.
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¿Qué hacer en estos casos? Cuando la curación o un tratamiento efectivo no resulta posible, acompañar, aliviar, concentrarse en el confort sintomático, que el paciente no sufra en el ingreso, a veces discontinuar medidas que resultan fútiles en el declinar de la vida, incluso si ello significa acortarla.
Hablamos con los familiares
Lo mejor sería hablar de esto con el paciente, pero casi nunca se puede, porque en muchas ocasiones presentan demencia avanzada o están demasiado enfermos para una comunicación adecuada. Por ello, hablamos con los familiares. En mi experiencia, suelen comprender la situación, aceptar que la vida se acaba y que ha llegado el momento de dejar marchar a la persona a la que quieren (padre, madre).
Suelo utilizar la metáfora de la vela que se apaga, después de haber alumbrado largo tiempo, o de un automóvil que se ha llevado muchas veces al taller, pero en esta ocasión ya no puede repararse más para seguir funcionando, porque motor, ruedas, carburadores, todo se ha deteriorado (el corazón falla, los riñones no funcionan, la composición de la sangre se ha alterado de forma irreversible).
Tiempo y respeto
Son conversaciones que requieren tiempo y respeto, tranquilidad, y que casi nunca resultan fáciles, ni para la familia ni para el médico. Explico que morir es un proceso que tiene su ritmo, tal como el nacer, y que debemos respetar los tiempos, sin retardarlos, pero sin apresurarlos de forma indebida. En cierto modo, dejamos que el pábilo humee hasta que se haya consumido. La mayoría de los hijos suele comprender la situación y aceptarla, aunque todo depende de cómo haya sido la relación previa con los padres y entre ellos.
Intentamos acompañar al paciente y a sus familiares en este proceso lo mejor que sabemos, explicando síntomas que puedan ir apareciendo en la agonía, aliviando ansiedades y angustias que puedan generarse, acudiendo a la habitación las veces que sea necesario. La atención a los ancianos moribundos es una parte significativa de mi tarea y tiempo profesional y, aunque no es grata ni sencilla, creo que resulta de utilidad.
Recen por los enfermos, por quienes les cuidamos, y por este país, que continúa en una coyuntura difícil.