Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

El arte de esperar


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En una pequeña avenida que hay junto a mi lugar de trabajo han empezado a plantar árboles. No son pocos. Al menos más de 50. Lo primero que vi fue bastante caos porque han cortado parte de la carretera, lo que hace que el atasco sea un poco mayor de lo habitual. Estéticamente tampoco es precisamente bonito: tierra levantada, plásticos negros, balizas, hierros, bolsas, palas… Hasta el punto de que me costó un poco ver lo importante: nuevos y debiluchos arbolillos plantados, pelados y sin hojas que revelen un gran futuro, la verdad.



No han plantado semillas. Han replantado “inicios de árboles”. Pero ahí están. No sé cuanto tiempo habrá que esperar para verlos frondosos, para que nos den sombra y aporten verdor al camino. Ese verde que tanto bien nos hace siempre y, especialmente, cuando tenemos que vivir y trabajar en medio del asfalto de la ciudad. Pero, en principio, solo es cuestión de tiempo. Y de cuidado, claro. Tiempo y cuidado.

Paso todos los días por esa calle y nunca había echado de menos más árboles, ni me había planteado que fueran necesarios, pero ahora que veo el trabajo y los primeros replantados, me llena de alegría. Una alegría que es más promesa que realidad, pero no por ello la alegría es menor.

Arboles_otono_Alemania

No parece mal comienzo para crecer en esto de esperar, todo un arte. El Papa Francisco ha propuesto dedicar el 2025, año jubilar, a la esperanza. Y, además, estamos a las puertas de comenzar el adviento. En todo caso, seamos creyentes o no, da igual: no hay ser humano que no esté atravesado de esperanza o de necesidad de ella.

Esperanza que no defrauda

Son dos modos de vivir: esperanzados o desesperanzados. No es una cuestión de optimismo; el optimista espera que todo salga bien, sean como sean las circunstancias. El esperanzado espera que las cosas salgan finalmente bien sabiendo que hay muchas razones para que no sea así. Y por eso espera.

“La esperanza no defrauda” (Rm 5,5). Esta esperanza (la que no defrauda) no sale gratis, no es barata, no es ajena a lo que cada uno está llamado a dar de sí. Estos arbolillos darán sombra y mejorarán la calidad del aire y de nuestra respiración, si previamente alguien eligió bien la semilla, el tipo de árbol, la tierra añadida y han replantado adecuadamente en medio de la calzada. Pero no será suficiente. Será preciso, también, que alguien los siga cuidando, que nadie los golpee hasta abatirlos, que la climatología o el viento no nos juegue una mala pasada. Y quién sabe cuántas cosas más…

No hay fórmulas exactas, por eso esperar es un arte. Pero desde luego no es solo dejar que el tiempo pase. Eso lo hacen los optimistas. Los esperanzados ponen todo lo que está de su parte porque saben bien cuántas dificultades atraviesa la vida para salir adelante. Los esperanzados saben que el bien tendrá la última palabra, pero eso no exime arrancar unas cuantas malas yerbas, muchos intentos del mal por imponerse y engañar a los que creen que pueden limitarse a ser observadores.

No sé cómo voy de esperanza en este momento, pero desde luego no es menos endeble que la hilera de nuevos árboles plantados junto a mi trabajo. Endebles, sí, pero ahí están. Alguien los ha plantado. Quizá nuestro trabajo -el arte- consista en mirar con realismo la situación (lo que nos amenaza, aquello que no funciona, que nos hace sufrir inútilmente, que genera malestar, que nos encoge y no nos deja crecer) y plantar con cuidado lo que queremos que crezca. A veces nos empeñamos, o al menos a mí me pasa, en enterrar y cuidar semillas que no lo son o que no encajan con mi tierra por mucho que a mí me gusten. Y una vez elegido y habiendo desechado lo que no va a crecer en mi vida -por mucho que yo me empeñe-, viene el tiempo largo y probado del cuidado. Si miras alrededor, es decir, por dentro, y ves desorden o incluso falta de belleza, no des por hecho que vas por mal camino. Solo pregúntate si estás construyendo o destruyendo, creando o anulando. Y elige plantar, o sea, esperar. Todo un arte.