VIERNES
Consejo editorial. Inevitable que se cuele la crisis institucional vinculada a la crisis de Valencia. Óscar bucea en la clase dirigente. Pero no para cebarse con ellos ni acrecentar el sentimiento de orfandad y crispación latente, sino para poner sobre la mesa la responsabilidad subsidiaria del que escucha. “Hablamos mucho en estos días de la decepción de los políticos. Pero los políticos no vinieron de Júpiter. Nacen de la sociedad civil”.
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DOMINGO
Comedor del Colegio Divina Pastora de Getafe. Han pasado ocho años desde que Francisco se sacó de la manga la Jornada Mundial de los Pobres. Hay quien pasa de puntillas. Pero, afortunadamente, también los hay que copian su multitudinario almuerzo. No se trata de una comida paternalista, sino de celebrar el camino iniciado de la mano con aquellos a los que se acompaña en el día a día, lo mismo desde la pastoral de migraciones que desde Cáritas. Como Susana y Elisa, hijas de la Caridad, que se mueven entre pinchos de tortilla y queso del bueno con Imad, en su primer día de libertad. “La mesa, cuanto más grande, más se parece a la mesa del Reino, a la mesa de Jesucristo”. Bendición del obispo Ginés que no se queda ahí. “Es una mesa grande en la que cabemos todos y en la que todos tenemos rostro y nombre”.
LUNES
Premios ‘Save the Kids’ en CaixaForum. Escribo la crónica alejado de los corrillos. Se acerca alguien. “Soy Alberto”. Sus ojos vidriosos le delatan. Es uno de tantos que fue escuchado y al que le hicieron creer que su caso se encauzaría en un proceso canónico. Le prometieron que a su agresor le quitarían de toda responsabilidad. Ni lo uno ni lo otro se cumplió. Se cerró en falso. Traslado del cura depredador sin más. Incluso con un intento de comprar el silencio de la víctima. No aceptó. Por dignidad. Y eso que iban unos cuantos miles de euros por delante y hasta un apartamento como premio. No puede callarse más. No debe callarse más.
En alguna ocasión, he llegado a pensar que quizás uno es demasiado pesado como periodista dando cuenta de todos estos casos. Siento si hay quien considera que visibilizando a Alberto estamos menospreciando tanto bueno que hay en la Iglesia. No es así. Se cuenta lo uno y lo otro. Minimizar el grito de los crucificados, de nuestros muertos en vida, no es la vía. A la vista está que se siguen poniendo remiendos a una herida que todavía sangra por varios costados. Alberto se va llorando. Y yo, incapaz de consolarle. Ni de ofrecerle una mínima garantía de justicia. ¿Dejamos de hablar de la pederastia eclesial para que así deje de existir?