Es importante ver que nosotros no somos islas, nadie vive solo o por lo menos aislado, cada día identificamos que estamos conectados con el mundo, cada vez más estamos más cerca de las noticias del mundo, esto nos afecta para bien o para mal.
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En el libro “bailando con la soledad”, el jesuita José María R. Olaizola, nos presenta esta frase desde que un libro muy popular del conocido monje católico Thomas Merton que tiene uno de los títulos más seductores que se pueden encontrar: “Nadie es una isla”. Cuatro palabras que se convierten en promesa.
El rostro de la soledad: “No somos islas”
Solo quiero retomar una breve síntesis para retomar los rostros de la soledad en cualquier estado de vida y en cualquier contexto en que vivamos o nos movamos o que estemos viviendo. Esto nos dará luces para superar lo que nosotros pensamos muchas veces, que la soledad es algo negativo para nuestra vida.
Nada más equivocado o perverso que pensar que la soledad es algo negativo. Todo lo contrario la soledad así como los encuentros son positivos, porque también podemos recrear y sacarle sabor a la vida a través de estos momentos que vivimos.
El rostro del aislado
Algo que me sigue cuestionando y que en estos días he reflexionado profundamente es cuando empezamos a analizar y pensar sobre el término “isla”. “No queremos ser islas.
La palabra aislado casi siempre trae resonancias negativas. Se aísla a los indeseables, a los impuros, a los que padecen alguna enfermedad contagiosa. Se aísla a los débiles en un mundo de alianzas y prestigio. Se aísla a los parias, a los culpables, a los que merecen un castigo…” (José María R. Olaizola, Sj, bailando con la soledad. Ed. Sal Terrae, 2018. Pág. 15).
Parece ser algo negativo, pero en el fondo no lo es, pues todos nos aislamos cuando necesitamos pensar, reflexionar o tener momentos de silencio, Jesús se aislaba para orar y escuchar al Padre en momentos determinantes y decisivos de su vida.
Así que aislarse es importante para salir de momentos de crisis o momentos de profundo encuentro consigo mismo para reencausar el sentido o propósito de vida. Así que aislarse también es un momento sagrado para nuestra vida para estudiar, para orar, para escuchar la voz de Dios.
Es la soledad fructífera que nos ayuda a seguir adelante, porque es creativa, son aquellos momentos que nos ayudan a salir adelante en la vida.
Vivimos en continuo contacto
“A veces tengo la sensación de que todos tenemos algo de islas. Vivimos en contacto con otras personas (muchas o pocas, eso ya depende, pues cada historia es única). Nos vemos a distancia (mayor o menor, pero distancia).
Y entre esas gentes cuya vida se entreteje con la tuya va habiendo de todo: padres, hermanos, hijos, compañeros de trabajo o de comunidad, amigos, amores, jefes, subordinados, pareja, gente a quien atendemos, otros que nos atienden… Y por más que se cruzan nuestros caminos, que nos reconocemos y compartimos partes del trayecto; por más que buscamos, y en ocasiones, hasta encontramos intimidad, cercanía, o amor… también hay en cada uno de nosotros un punto de soledad, de unicidad, de hondura a donde nadie más se asoma.
Hay tantos pensamientos, ideas y emociones que nunca compartiremos… Tanto secreto en nuestros deseos, ilusiones, llantos o miedos. Hay tanta vida oculta, cotidiana, anónima, en nuestros días” (José María R. Olaizola, Sj, bailando con la soledad. Ed. Sal Terrae, 2018. Pág. 16).
Por eso vivimos en continuo contacto con los demás, ahora con los medios que tenemos mostramos una imagen en las redes sociales, pero en el fondo tenemos algo de humano: nuestra sensibilidad de sentirnos amados, reconocidos y que nos cuestiona la soledad, no como una huida de la realidad sino como una forma de encontrarnos porque somos seres que algo trasmitimos a diario a los más cercanos y a los más lejanos.
Eso siento en lo profundo de mi corazón, todos vivimos en contacto con la naturaleza, con el mundo y con el más cercano, no estamos aislados, aunque necesitamos momentos de aislamiento para recargarnos, podemos observar que momentos de silencio.
El rostro del significado del silencio
Quiero, retomar al Cardenal Robert Sarah: “Las palabras de san Bruno, dulces y enérgicas, en su carta a Raoul le Verd: “Aquí, por el esfuerzo del combate, concede Dios a sus atletas la esperada recompensa: la paz que el mundo ignora y el gozo en el Espíritu Santo”… En el silencio es donde suceden los grandes acontecimientos… Los poderes silenciosos son los auténticamente creativos.
Pues bien, al más silencioso de los acontecimientos, al que en el más profundo silencio y alejado de todo bullicio proviene de Dios, queremos dirigir ahora nuestra mirada. Callar es una condición del silencio, pero no es el silencio.
El silencio es una palabra, el silencio es un pensamiento. Es una palabra y es un pensamiento que reúnen todas las palabras y todos los pensamientos. En el corazón del hombre existe un silencio innato, pues Dios habita en lo más íntimo de cada persona. Dios es silencio y ese silencio divino habita en el hombre. En Dios estamos inseparablemente unidos al silencio.
La Iglesia puede afirmar que la humanidad es hija de un Dios silencioso, porque los hombres son hijos del silencio” (Cardenal Robert Sarah, La fuerza del silencio Frente a la dictadura del ruido, Ed. Morgan-palabra. Págs. 15-16.24-25-26).
Así, el silencio es una oportunidad para escuchar la voz de Dios, dejar a Dios ser Dios y encontrar una fuerza interna que nos mueve como motor en la misión que hace parte de nuestra razón de ser tanto de presbíteros como laicos que vivimos en continuo activismo y que debemos ejercitarnos en momentos de silencio para sintonizarnos con el Espíritu de Dios.
¿Qué nos queda de estos cortos renglones?
Me parece que estamos ante grandes retos del camino sinodal, donde nuestras comunidades y feligreses esperan que nosotros “veamos” sus rostros, ser más cercanos, más afables, de escucha continua, que estemos en ayuda y apoyo para las personas necesitadas, que no solo puede reducirse a ayudas materiales, sino a mirar sus rostros, su corazón y sus necesidades profundas.
Es importante reconocernos como comunidad, no solo porque nos reunimos a celebrar la fe, sino como hermanos en la fe en los momentos que podamos reunirnos en comunidad para no sentirnos aislados, sino construir verdaderos lazos de hermandad en pro del camino sinodal.
Por Wilson Javier Sossa López. Sacerdote eudista del Minuto de Dios
Foto: Pixabay