Tribuna

Wojtyla, el poeta

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En alguna oportunidad, Octavio Paz, afirmó que las verdaderas ideas de un poema no son las que se sobrevienen al poeta antes de escribir, sino aquellas que, después de escrito –con o sin su voluntad–, se desgajan naturalmente de la obra. Por ello, eso que teje el significado de un poema, no es eso que quiere decir el poeta, sino lo que ciertamente dice el poema. Una cosa, sentencia Paz, es lo que creemos decir y otra lo que realmente decimos.



Descender hacia nosotros para beber de los ríos que manan desde abajo para poder ascender hacia la cima de nosotros mismos como torrentes del lenguaje, eso postulaba un joven Karol Wojtyla en el corazón de una Polonia herida por el odio de la intolerancia, por el odio del mal que, en ese momento, venía de la mano de los nazis. Frente a las tinieblas esparcidas por el totalitarismo nazi, el futuro papa de la Iglesia Católica propondrá la poesía, la fe y la esperanza como tríada salvadora. Tres palabras que bebieron su esencia fecunda de la mismísima fuente que todo lo nombra.

Poesía, fe y esperanza

Wojtyla no permitió que su corazón terminase amasado por la depravación, la opresión y el escarnio que recorrían las calles de su tierra. Por el contrario, buscó en la poesía –aunque con más frenesí en el teatro–, la fe y la esperanza los alimentos que mantendrían vivas, activas y despiertas en todo momento su sensibilidad, su inteligencia y su voluntad.

No se trataba de transformarse en un alocado panglosiano que termina justificando las terribles atrocidades humanas. No, Wojtyla siempre tuvo clara conciencia de que la fe y la cultura eran vehículos para la trascendencia y que, cuando el ser humano se aferra a ellas no se vuelve víctima de la vida cotidiana, ya que, tenía claro que lo que realmente arrastraba al hombre hacia la miseria era lanzarse a la realidad desprovisto de contenido religioso y cultural.

Karol Wojtyla 1

Cuando, día tras día, escribirá, la vida toda se desenvuelve en una continua referencia religiosa, es decir, cuando es vida de fe, de esperanza, de amor, de oración, de creación y de silencio; cuando es vida santificada, unida de continuo a la apertura que brinda la Eucaristía y a la apertura que brinda la cultura, entonces el impulso hacia Dios brota de la integridad de nuestro ser y de nuestro actuar. Con San Juan de la Cruz, el futuro Papa entra en conciencia de la “deificación por participación”, es decir, de establecer, en el caso que nos ocupa, a la poesía y al teatro como vías para articular la participación divina en el hombre.

Los cauces de su voz interior

En la poesía halló un aliento redentor, salvador, liberador, enclavado en el reino de la palabra en cuyo corazón palpitaban siempre la libertad y la esperanza. El arte dramático y la poesía permitieron encaminar su voz interior por dos cauces que terminaban por volverse a reunir. Un cauce terreno en el cual escuchaba con atención serena la voz telúrica revelada a través de sus fluidos y elementos, y un cauce universal a través del cual escuchaba con no menos atención los destellos del Cosmos y de la trascendencia. Ni la fe ni la cultura se agotan en sí mismas cuando son verdaderas. Cada una de las palabras con las cuales rasgaba el silencio de las madrugadas polacas, cada una de las palabras que venían puras a través de la llama de la sola vela que lo acompañaba en aquellas noches aciagas.

A través de la poesía y del teatro, Karol Wojtyla salió al encuentro de la Verdad viviente y del vivo Amor. Salió al encuentro de las palabras que buscan la cima y desde allí vislumbrar con la mayor claridad posible las verdades que darán sentido a su vida y al que luego sería su pontificado: Jesucristo, Santa María siempre Virgen, la Iglesia y el hombre. Palabras que se encendieron en él, no por un ejercicio artesanal vinculado al deseo de escapar de la realidad, no, nada más lejos de eso. A llevar luz nueva donde todo parecía acabado, agotado, vencido. Luces que gritaban que el hombre no debe tener miedo y que anunciaban la necesidad de forjar con sudor y sangre un nuevo humanismo. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del colegio Mater Salvatoris. Maracaibo – Venezuela