¿Es bella la arruga?


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La RAE define el “edadismo” como la “discriminación por razón de edad, especialmente de las personas mayores o ancianas”. Y hoy día es innegable que sufrimos una verdadera plaga de edadismo: en muchas ocasiones somos testigos de que parece que solo se valora lo joven y lozano, quedando los viejos arrumbados, como cacharros inútiles.



Sin embargo, en la Escritura se da el fenómeno contrario: lo que se valora es la experiencia, que solo proporciona la edad; por eso a los ancianos se les concede mucho valor, siendo considerados encarnación de la sabiduría (“más sabe el diablo por viejo que por diablo”, dice el refrán español). Hasta el punto de que, incluso cuando ya no sean “rentables” para la familia o la comunidad, por el hecho de ser ancianos merecen el mayor de los respetos y cuidados.

Manos De Ancianos

Así lo dice el libro del Eclesiástico: “Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y durante su vida no le causes tristeza. Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor. Porque la compasión hacia el padre no será olvidada, y te servirá para reparar tus pecados. En la tribulación, el Señor se acordará de ti, como el hielo ante el calor así se diluirán tus pecados. Quien abandona a su padre es un blasfemo, y un maldito del Señor quien irrita a su madre” (3,12-16). Llama la atención que la compasión hacia el padre mayor y con achaques sea comparada con los actos litúrgicos o los sacrificios, que en Israel servían para reparar los pecados, según la legislación del Levítico.

Más allá de la muerte

Incluso cuando ya se ha producido la muerte, el cuidado de los restos mortales del anciano, los ritos debidos a ellos, también forman parte de la dedicación que hay que dispensarles. Así lo entendió la tradición judía al extender a esos cuidados el mandamiento de “honrarás a tu padre y a tu madre”. Y también la tradición cristiana cuando concibe como la última de las obras de misericordia corporales “enterrar a los muertos”, y la última de las espirituales “rezar a Dios por los vivos y los difuntos”.

No hay por qué enfrentar a las generaciones. Claro que unos cuerpos jóvenes y sanos siempre resultan envidiables. El problema es cuando a esos cuerpos no les acompañan –porque es materialmente imposible– unas mentes aquilatadas y enriquecidas por la experiencia. Hay que reconocer que, como dijo Adolfo Domínguez, la arruga sigue siendo bella.