(José Lorenzo– Redactor Jefe)
“Otros líderes europeos igual de descreídos que él [Zapatero] y con menos creyentes en sus fronteras han tratado a este Papa con mucha más deferencia que quien impulsa a pelo, sin más, la Arcadia feliz de una alianza de civilizaciones”
Rubalcaba aparentó no querer hacer sangre de las palabras del Papa sobre España y el secularismo agresivo, y le respondió diciéndole que no pasarían a los anales de la diplomacia vaticana. ¿Tal vez porque sabía que sería el propio Zapatero el encargado de disparar, en el momento adecuado, directamente con la de cañones recortados? Justo una semana después de ir a despedirlo con carácter de urgencia al aeropuerto de El Prat, a unos pocos kilómetros de ese lugar en el que se evidenció la frialdad de trato, Zapatero titubeó y, finalmente, disparó a bocajarro: “¿Qué quiere Rajoy? ¿Que hagamos las leyes que quiere el Papa? No. Las leyes que se hacen son las que quieren el Parlamento y los ciudadanos de este país”, dijo el presidente en una ofrenda/mitin laicista para las elecciones catalanas. Si el perogrullo ofende a la inteligencia, las maneras descolocan, y más viniendo de quien representa a un país en el que la mayoría de sus ciudadanos siguen confesándose católicos. Otros líderes europeos igual de descreídos que él y con menos creyentes en sus fronteras han tratado a este Papa con mucha más deferencia que quien impulsa a pelo, sin más, la Arcadia feliz de una alianza de civilizaciones.
Zapatero estaba de viaje y se perdió la oportunidad de escucharle en Santiago y Barcelona. Si alguien le hubiese resumido sus palabras, tampoco en ellas encontraría rastro de los fantasmas con los que el presidente sigue jaleando a la reserva anticlerical de Occidente. Sin embargo, si uno analiza el meollo de su réplica al Papa, con Rajoy oficiando de médium, podrá darse cuenta de que si por algo se han caracterizado estos años de su gobierno es por haber legislado en no pocas ocasiones sobre cuestiones que carecían de demanda social, es decir, sólo para minorías.
En todo caso, su capacidad legislativa y sus motivaciones son algo sobre lo que esa misma ciudadanía podrá pronunciarse dentro de unos meses en las urnas. Mientras tanto, sería recomendable guardar las cerillas y humedecer las mechas. Si reclamamos a la Iglesia que no haga política, ¿será mucho pedir que no abonemos con más anticlericalismo nuestra convivencia?
En el nº 2.730 de Vida Nueva.