Raúl Molina
Profesor, padre de familia y miembro de CEMI

Cuando la bondad es un hobby


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Unos nos dedicamos al deporte, otros a la lectura, a muchos les gusta viajar, comer bien o hacer acopio de objetos coleccionables. Otros pasan las tardes viendo series, mirando como fluctúa la bolsa, o entregados a la actividad artística. Los más se dedican a estar pendientes de los suyos –tarea más que honorable–, y hay otros que se dedican a darle rienda suelta a su bondad.



Hay conciudadanos que, en sus tiempos libres, practican el deporte de la solidaridad. Y la sociedad les admira, les homenajea, valora su gran labor, su entrega desinteresada para que el mundo sea mejor. A otros, por cosas bien distintas, se les entrega balones de oro.

Y es que “ser bueno” se ha convertido en una opción, en una ocupación del tiempo libre, en algo que se valora positivamente, pero tan positivamente como andar los domingos por la montaña.

Dos poleas son solidarias cuando el giro de una está ligada al giro de la otra y el verdadero amor es dar la vida por los amigos (Jn 15,13). Tanto lo uno, como lo otro, parece estar apuntando a algo más que dedicar tiempos libres a echar una mano.

Inundaciones Massanassa

Sospecho que, una vez más, estamos poniendo el foco en lugar equivocado. Y es que, el protagonista de la bondad no es el solidario que la ejerce, sino el desvalido que la reclama. El samaritano, al ver al apaleado en el camino, se conmueve (Lc 10,30). Jesús no está hablando de ese hombre bondadoso, está hablando del prójimo, del otro, del que nos interpela, nos demanda, nos conmueve, nos necesita.

Lo importante es el otro

Lo importante es el otro. Y esto lo hemos olvidado. Si no, ¿como sería posible que las políticas sociales se olvidaran de que hay conciudadanos que pasan hambre o no tienen casa?; ¿cómo sería posible que las políticas migratorias dejaran morir gente en mar, deportara a quien ha sufrido periplos desgarradores o les acinara en centros de reclusión?; ¿cómo es posible que el sistema educativo no genere expectativas positivas en miles de niños con futuros más que inciertos o que en el sistema sanitario domine el negocio frente a la necesidad, o que nuestros mayores no puedan ser cuidados por los aquellos a quien cuidaron durante toda su vida, o que la naturaleza se convierta en un reducto que proteger?

Nos hemos olvidado de que en la invitación “ser perfectos como vuestro Padre es perfecto” (Mt 5,48), la perfección de Dios reside en su bondad; nos hemos olvidado de que la bondad es un imperativo de esos que Kant llamaba categóricos, y no una opción más.

La bondad no es un hobby y, sospecho que, tampoco es una virtud, sino el único lugar en el puedo encontrarme de manera radical conmigo mismo, con el otro, y con lo totalmente otro.

Conviene sacudirse el polvo.