La Conferencia Episcopal reivindica que es “crucial” avanzar ya en la “transición ecológica”

  • El Departamento de Ecología Integral aplaude la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU ante su 76º aniversario
  • Se pide a la sociedad que exija a los gobiernos nacionales que suscriban un Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles

La Conferencia Episcopal reivindica que es “crucial” avanzar ya en la “transición

‘Es digno del ser humano cuidar la casa común’. Así se titula la “reflexión de Adviento” que, de cara al Día Internacional de los Derechos Humanos, el próximo 10 de diciembre, el Departamento de Ecología Integral de la Conferencia Episcopal Española (CEE), dirigido por el carmelita Eduardo Agosta, ha enviado a todas las delegaciones diocesanas.



En dicho texto se recalca que, “por su sola existencia, cada ser humano tiene una dignidad infinita que no se le puede quitar, sin importar su situación o contexto”. Por ello, “todo ser humano debe ser reconocido y tratado con respeto incondicional y amor”.

Paso histórico en 1948

Desde esta noción, por la que cada persona posee “esta inestimable dignidad por el mero hecho pertenecer a la comunidad humana”, la CEE recuerda que, “el 10 de diciembre de 1948, hace 76 años, la Asamblea General de las Naciones Unidas recogió con autoridad secular la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en la que se reconocen la dignidad intrínseca del ser humano y los derechos humanos fundamentales que de ella se derivan”.

En este sentido, se reivindica que “la Iglesia desde siempre ha celebrado y acompañado el progreso humano, que supone su salvaguardia activa por parte de todas las naciones que habitan esta Tierra. Es la dignidad del ser humano, hombre y mujer, creado por Dios a su imagen, y semejanza y salvado por Jesucristo, lo que da sustento al reconocimiento jurídico de la igualdad, la no discriminación, la libertad, la justicia, la paz, la seguridad, la privacidad, la participación política, la educación, el trabajo, la salud, las condiciones de vida digna, la solidaridad, la familia, y la responsabilidad por el bien común, entre otros”.

Esta y no otra es la senda en la que hay que caminar, la sociedad y con ella la comunidad cristiana. Aunque se reconoce que, “a veces, lamentablemente, se vuelve atrás” en la protección de los derechos humanos.

Una misión encomendada

Un claro y triste ejemplo se da en lo relativo a “la dignidad humana y el cuidado del ambiente”. Así, sin las “condiciones socioambientales favorables”, que “constituyen el bien común”, todo es mucho más complicado. Además de que el hombre no cumple con el mandato divino… Tal y como el papa Francisco nos recuerda en ‘Dignitas infinita’: “Pertenece a la dignidad del hombre el cuidado del ambiente, teniendo en cuenta en particular aquella ecología humana que preserva su misma existencia”.

Por tanto, “cuidar del ambiente natural, la casa común, no otra cosa que poner en práctica lo mandado por el Creador en la metáfora del Génesis, cuando coloca al ser humano en el jardín del Edén para que ‘lo cuide y lo cultive’ (Gn. 2, 15)”.

Lo que se traduce en esta otra realidad: “Toda acción, intencionada o no, que atenta contra el bien común termina menoscabando la dignidad humana y es una injusticia contra la ecología integral, en la que ‘todo está relacionado’”.

Roma marcha contra el cambio climático 2015

Un bien común

“Por las múltiples implicaciones que tiene para el desarrollo humano integral, como advierte el propio Bergoglio en Laudato si’, “hoy por hoy, el clima es un bien común, de todos y para todos. A nivel global, es un sistema complejo relacionado con muchas condiciones esenciales para la vida humana”. Por eso, “constituye un deber moral hacer todos los esfuerzos posibles para contrarrestar los efectos negativos del cambio climático de origen humano, que es, entre otras muchas cosas, “un problema social que está íntimamente relacionado con la dignidad de la vida humana”.

Por lo mismo, “va más allá de un planteamiento meramente ecológico, porque nuestro cuidado mutuo y nuestro cuidado de la tierra están íntimamente unidos”. Y así lo entiende el Papa, que, en ‘Laudate Deum’, “basándose en los mejores conocimientos científicos sobre el tema”, proclama que “el impacto del cambio climático perjudicará, de modo creciente, las vidas y las familias de muchas personas. Sentiremos sus efectos en los ámbitos de la salud, las fuentes de trabajo, el acceso a los recursos, la vivienda, las migraciones forzadas”.

Puesto que “ya estamos padeciendo sus consecuencias en muchos territorios, incluso en alguno de los nuestros, con poblaciones vulnerables gravemente afectadas”, hay que dar un paso decidido al frente: “No podemos quedarnos de brazos cruzados”.
Y más constando, con las evidencias científicas en la mano, que “en el meollo del asunto están los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas), que deberían ser reemplazados progresivamente y sin demora (Laudato si’, 165)”.

Las cumbres climáticas no avanzan

Sin embargo, se lamenta, “hasta el momento se ha avanzado muy poco en las cumbres climáticas de la ONU”. Así, “casi nueve años después del Acuerdo de París, cuando todos los países reconocieron la gravedad del problema”, apenas ha cambiado nada.

Con todo, “es crucial que logremos pronto lo que se llama la transición ecológica”. Y que se lleve a cabo “en cuatro campos: la eficiencia energética, las fuentes renovables, la eliminación de los combustibles fósiles y la educación para estilos de vida menos dependientes de estos últimos”.

Para ello, “debe tener carácter vinculante”. Un compromiso que, en buena parte, pasa por el compromiso de una sociedad exigente en materia de derechos humanos: “Todos podemos apoyar la iniciativa de pedir a nuestros gobiernos que desarrollen e implementen un Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles, por ejemplo, siguiendo el modelo de otros tratados vigentes en el sistema de la ONU”. Sin duda, esta sería “una herramienta encomiable para canalizar la transición hacia nuevas formas de energía”.

Compromiso de las “comunidades de fe”

Pero los obispos también ponen ‘deberes’ al conjunto de nuestras “comunidades de fe”, a las que se llama a pasar a la acción: “También podemos apoyar la iniciativa global de desinversión y sumarnos a las ya más de cien instituciones católicas (diócesis, congregaciones, universidades, etc.) que se han comprometido a desinvertir sus ahorros de las compañías petroleras para financiar otras formas de energía limpias”.

La parte final del mensaje se dedica a reclamar que la “transición ecológica” ha de ser verdadera y debe ir hasta el final, sin ser una cortina de humo que esconda oscuros intereses: “Sustituir una energía fósil por una renovable no basta para hacer justicia. Es imperativo reconocer que no hay energía completamente limpia y que los minerales raros que hoy se requieren para el almacenamiento de energías renovables están causando una nueva forma de extractivismo que, en demasiadas ocasiones, no respeta los derechos humanos, contamina suelos, cursos de agua y el aire, provoca desplazamientos forzosos de comunidades locales”.

En definitiva, cuando esto sucede, provoca “más dolor para los más vulnerables”. De ahí que haya que extremar los sentidos e implementar, antes de nada, “una profunda revisión de nuestros propios estilos de vida, menos apegados al sobreconsumo y al descarte, más evangélicos y más comprometidos con la convicción de fe de que, muchas veces, ‘menos es más’ (Laudato si’, 215)”.

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