Fernando Vidal compartió una conferencia en Manresa a la que podéis acceder en el pdf que acompaña este post. En ella reflexionó sobre cómo poder afrontar la gran desvinculación que ha sufrido la sociedad del siglo XXI, especialmente en esta última fase de polarización social, soledad y nihilismo que está causando una epidemia de salud mental. En la conferencia tuvo un papel destacado la propuesta de reconstruir la vinculación social desde el impoder y la herida encendida que lleva toda persona y sociedad en su corazón.
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Además de la primera desnudez en que nacemos como seres abiertos, trascendentes, misteriosos y aventureros, hay una segunda estructura social y personal, una segunda desnudez que impulsa definitivamente la gran revinculación desde un lugar inédito en el que todavía no habían llegado a fundamentarse los anteriores ciclos de resistencia y lucha por la civilización del amor.
En todo ser humano hay una segunda desnudez que va dilucidándose desde el inicio de la infancia en el seno materno hasta el final de la infancia que llega por la experiencia del mal, el límite y la muerte. Porque conocemos el mal, termina nuestra infancia porque se abre conscientemente en nosotros una estructura humana universal: la herida primordial.
Esa herida de que hacemos el mal y nos hacen el mal, nos desnuda por segunda vez y de ella surgen todos los abandonos. Y aquí es donde somos compañeros de los pobres de la tierra, donde no hay olvido de los hundidos a los que se refería Primo Levi. Pero esa herida primordial no vulnera de muerte al hombre, sino que en su primera desnudez ahí un aliento redentor: el amor quema el mal de la herida, la cauteriza y la convierte en una herida incendiada como el arbusto que arde y no se consume, y mediante el perdón y la reconciliación se convierte en una herida encendida que nos guía. Esta herida está, ya potencialmente desde nuestro nacimiento, en el lateral del corazón humano, en el lateral de nuestra razón amada.
Y desde ahí se genera otra manera de revincularnos como amigos, vecinos, como pueblo, como desconocidos. El perdón, la gratitud, la humildad del misterio, la entrega y la abnegación, la primacía del amor forman parte de la herida encendida cuya cicatriz está suturada en último término con el oro del amor de Dios, con ese amor que es la última estructura del universo. Nos sentimos próximos como seres de barro a esa cerámica creada en la incendiada fragua del amor, y qué rota es reparada con oro según el rito japonés del ‘kintsugi’ ―literalmente, reparación dorada―, la famosa tradición del siglo XV.
Y el oro del que bebe nuestro corazón para reparar la herida primordial emana de la herida del costado de Cristo, que así se incorporó a nuestra segunda desnudez para salvarnos no sin ella, sino a través de ella quitándole toda victoria al mal y la muerte.
Memoria de la pasión
La herida encendida no es solo una estructura personal, sino que hay en la sociedad humana una estructura formada por la segunda desnudez colectiva y que es la memoria de las víctimas, el ‘Memorial’ en el que arde una llama, la memoria ardiente de la pasión, la Cruz como institución viva a lo largo de la historia y que es portada por los testigos.
Y esto es para creyentes y no creyentes. Desde la Unión con los pobres y los hundidos de la historia y nuestra vida, y esa doble desnudez ― la desnudez del impoder y la herida encendida―, podemos afrontar una gran revinculación poniendo en el centro una razón amada que nos deje poner profundos fundamentos a la civilización del amor a la que nos llamaron Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco en su plan para resucitar en la fraternidad.
Hagamos lo que solo el amor puede crear, impulsemos la gran revinculación desde el no poder del ser humano desnudo, el impoder de la herida encendida.