La Comunidad de Sant’Egidio y el movimiento Jóvenes por la Paz organizan, cada 30 de noviembre, la Jornada Ciudades por la Vida, dedicada a involucrar a la sociedad civil en el compromiso “por un mundo libre de pena de muerte y en favor de una forma más civilizada de justicia”. Este año, en la que ha sido la 21ª edición, más de 2.300 municipios en todo el mundo se han sumado con diferentes actos. En España, 30 ciudades han querido formar parte del proyecto.
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El día 29, Madrid fue una de ellas al albergar, en el Campus de La Salle y luego en la parroquia Nuestra Señora de Maravillas, el testimonio del mexicano Mario Flores Urban, que pasó 20 años en un corredor de la muerte en Estados Unidos. Tras emigrar con su familia a Chicago, en su juventud se vio involucrado en robos de coches con bandas, pero luego su familia le alejó de ese entorno nocivo y se convirtió en un gran deportista, destacando en salto de trampolín. Hasta que, en 1984, su vida cambió por completo después de ser acusado de cometer un asesinato. Aunque siempre defendió su inocencia, fue internado en una prisión de máxima seguridad, en espera de que se le aplicara la pena capital.
Proceso de interioridad
Pero, pese a todo lo sufrido, tal y como relató a sendos auditorios, en esas dos décadas hizo “el viaje más importante de mi vida”, y, con la Biblia como compañera inseparable, ahondó en su fe cristiana. Así, como relató, “esa prisión y esa condena injusta fueron mi desierto. Muchas veces, la soledad y la escasez nos ayudan a enfocarnos en la vida”.
Tras esa experiencia de transformación, llegaron los demás cambios. Hasta el punto de que se convirtió en abogado y, además de conseguir su absolución, pudo demostrar la inocencia de 13 compañeros presos. Actualmente, afincado en México, además de dedicarse a su gran pasión (la puntura), recorre el mundo dando charlas en las que trata de generar conciencia colectiva sobre la importancia de la abolición de la pena de muerte.
Un modelo injusto
Para ello, expuso que, ante todo, estamos ante un modelo injusto. Y es que, como él mismo pudo comprobar cuando estuvo preso, la gran mayoría de sus compañeros eran “migrantes latinos o afroamericanos”, víctimas de sentencias basadas en “un sistema lleno de fallos, falta de pruebas o evidencias circunstanciales”. Por lo mismo, “los más pobres o pertenecientes a minorías tienen mucho más difícil defenderse”. Lo que ejemplificó con este dato: “No es casualidad que, de mil homicidios cometidos en el Estado de Illinois, solo una persona fue condenada a muerte y era un afroamericano”.
Ahora, hasta el final de sus días, tiene claro que dedicará todo el tiempo que pueda a abrir los ojos de quienes los tienen cerrados, pues la pena capital “atenta contra el primer derecho de toda persona que es la vida”. Además de que “el Estado no es dueño de la vida de las personas”, cuando se ejecuta a una, “también se mata toda posibilidad de que pueda demostrar su inocencia”. Un mensaje que, ante todo, quiere trasladar a aquellos que están en la situación que él un día sufrió. Al igual que logró “una victoria contra una muerte que parecía inevitable”, ellos deben aferrarse a esa esperanza: “No se den por vencidos, el final no está escrito”.
1.153 personas ejecutadas en 2023
Con todo, es una lucha de David contra Goliat. Como detalla Sant’Egidio, “a pesar de que desde 1999 hasta hoy 50 países han eliminado la pena de muerte de sus sistemas jurídicos, se ha registrado un trágico repunte de las ejecuciones en 2023, con 1.153 personas ejecutadas, lo que supone un 31% más respecto al año anterior”. Igualmente, “el número de condenas a muerte impuestas en todo el mundo en 2023 aumentó un 20%, elevando el total a 2.428”.
Fotos: Comunidad de Sant’Egidio