Editorial

Integrar al ‘fichaje’ que viene de fuera

Compartir

La España misionera, que durante siglos ha exportado evangelizadores a todos los rincones del planeta, es ahora receptora de sacerdotes procedentes de Iglesias jóvenes, que están saliendo al quite de la imparable secularización europea, hecho que se traduce en una visible falta de vocaciones. Los datos más recientes de la Conferencia Episcopal hablan de que hay más de 1.500 curas extranjeros en nuestro país, frente a los 500 de hace una década. O lo que es lo mismo, uno de cada diez presbíteros en ejercicio de sus funciones procede de otro país. Este porcentaje se dispara en las diócesis rurales. Tan solo un ejemplo: en Segovia, el clero extranjero ya representa cerca del 24% del total del presbiterio.



Bienvenida sea esta savia nueva que no solo rejuvenece, sino que certifica el auténtico sentido de la universalidad eclesial, reflejo asimismo de un fenómeno migratorio global que enriquece el don de la multiculturalidad. Sin embargo, esta apuesta exige una alta responsabilidad por parte de esta tierra de acogida. La desesperación ante la falta de sacerdotes, la tardía respuesta para crear unidades pastorales y las reticencias manifiestas a la hora de confiar en el laicado para ponerse al frente de las comunidades parroquiales, pueden generar daños colaterales de gravedad si esta llegada de clero foráneo se improvisa.

Wenceslao Belem2

Entre estas preocupaciones, se encuentra la tentación de ‘fichar’ a cualquier precio con tal de tener sustitutos de un día para otro, sin contar con el respaldo y las garantías de la diócesis de origen. A la par, sobrevuela la posibilidad de tratar al que llega de lejos como mano de obra barata. Sería un despropósito volver a caer en el error que ya se cometió hace una década, cuando se buscó salvar conventos de clausura y el cuidado de las monjas mayores transformando el servicio en explotación.

Doble esfuerzo

Con estas premisas por delante, si desde la Santa Sede se está alentando a una formación y acompañamiento integral de todos los presbíteros, este esfuerzo debe redoblarse en aquellos que llegan de fuera. No basta con un curso de idiomas y ofrecerles unas sesiones de reciclaje teológico, un taller de usos y costumbres. Eso es poco menos que lanzarles al vacío y dejarles literalmente de la mano de Dios.

A posteriori, no será de recibo llevarse las manos a la cabeza porque no han estado a la altura de lo que se esperaba de ellos o no han sido capaces de hacerse uno con el Pueblo de Dios. Para ello, no está de más guiarse por las máximas que el papa Francisco aplica para todo migrante: acoger, proteger, promover e integrar. Y, ante todo, escuchar sus inquietudes, miedos y propuestas. Porque su experiencia personal puede ofrecer algo más que pistas sobre cómo revitalizar una fe sin duda envejecida.a