Tribuna

Carta de una científica católica a Jaime Mayor Oreja

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Estimado don Jaime Mayor Oreja, en un acto antiabortista celebrado recientemente en el Senado, dijo usted: “Entre los científicos está ganando los que defienden la verdad de la creación frente al relato de la evolución”. No acierto a entender en qué punto de la argumentación se entrelaza la defensa de la vida con el negacionismo hacia la ciencia que parece ostentar. Vaya por delante que, como científica y católica, defiendo la vida humana en cualquier fase de su desarrollo, especialmente la de los más vulnerables: los niños nasciturus, los enfermos, los ancianos y los inmigrantes.



Aclarado ese punto, me siento en la obligación de argumentar, también como científica y católica, que su aseveración es falsa. Primero, porque la creación es un concepto teológico, compartido por las tres religiones abrahámicas, muy discutido desde la filosofía y, desde luego, indemostrable para la ciencia, dado que la creación es un acto de un ser sobrenatural y los científicos atendemos solo a los eventos naturales.

Sin cuestionar el proceso

Segundo, porque usted pretende enfrentar la creación (de Dios, supongo) con los procesos evolutivos que explican la impresionante biodiversidad presente y pasada y el origen del ser humano en esta tierra. La Iglesia católica, sin embargo, defiende la Verdad de la creación de un Dios amor sin cuestionar el proceso que hoy entendemos mejor, gracias a la verdad científica.

Como decía san Juan Pablo II, no tiene sentido enfrentar dos verdades que solo son una, ni traspasar el marco de conocimiento de dos magisterios que no se superponen y que bien podrían complementarse. En tercer y último lugar, la biología, la genética y la ecología evolutiva no son “relatos”, sino ciencias, y forman parte del conocimiento que obtenemos desde la observación y la experimentación de manera sistemática y con un método de investigación preciso. Son, por ello, asignaturas de obligado cumplimiento en las universidades públicas, privadas y católicas.

Dudar de sus certezas sería pegarse un tiro en el pie, cuestionado gran parte del corpus científico-médico que sobre la evolución se sostiene. Es importante recordar que poner en duda lo evidente nos deja sin argumentos para otras batallas y compromete nuestra credibilidad.

La autoridad de san Agustín

Posiblemente, quien mejor defendió esta postura fue san Agustín hace ya 17 siglos: “Igualmente, si a una razón evidente trata alguien de oponer la autoridad de las Sagradas Escrituras, no entiende quien eso hace: opone a la verdad, no el sentido de aquellas Escrituras, al que no ha logrado llegar, sino el suyo propio. Opone lo que encontró no en ellas, sino en sí mismo, como si fuese en ellas”.

El santo argumenta: “Por ejemplo, cuando uno dice que solo quien está vivo puede conocer la verdad o equivocarse. Para saber que esto es verdad, no necesitamos la autoridad de las Escrituras. El mismo sentido común proclama con tal evidencia que esto es verdad, que quien lo contradiga será tenido por demente en extremo” .

La ciencia de la evolución explica el proceso que origina la biodiversidad. Como ciencia, no cuestiona si existe o no un Dios que le da origen. Al menos si es honesta, no debería pasar de lo físico a lo metafísico sin antes ser consciente de que pasó de la ciencia a la teología, sea esta teofílica o teofóbica. En este punto, hay científicos teístas, agnóstico y ateos; es una cuestión interpretativa. Pero lo que no podemos rechazar son cientos de evidencias científicas multidisciplinares que ofrecen una certeza del proceso difícil de cuestionar.

Cumbre Transatlántica celebrada en Madrid

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Una gran certeza

Obviamente, no conocemos todo. Siempre la vida nos sorprende y nos dejará “a las puertas del misterio”, pero, en materia de evolución, lo próximo que sepamos no invalidará lo primero, sino que lo enriquecerá. La evolución, señor Mayor Oreja, es un hecho, no una hipótesis, donde el origen de todas las especies es el mismo y el proceso creativo es continuo. Desde la mejor ciencia y la mejor teología de que disponemos en este momento, lo aseguro.

La Iglesia católica no discute eso y el papa Benedicto XVI explica la postura oficial eclesial sin fisuras: “Nadie puede dudar seriamente de las pruebas científicas de los procesos microevolutivos. La cuestión que un creyente le plantea a la razón moderna no hace referencia a este asunto, tampoco al de la macroevolución, sino a la expansión de una ‘philosophia universalis’ que pretende convertirse en una explicación global de lo real y quisiera dejar ya aparte cualquier otro nivel del pensamiento”.

No cuestionaba entonces el Papa la ciencia evolutiva, sino el materialismo reduccionista o el cientifismo, la razón que anula a la fe. Como yo cuestiono en esta carta el fideísmo, la fe que desprecia a la razón y la ciencia, algo que santo Tomas tampoco pudo aceptar. Al tratar de enfrentar la creación y la evolución, no consigue enfrentar la fe con la ciencia y olvida que, si hacemos ciencia, es porque somos ‘imago dei’ y, por tanto, racionales e inteligentes. Nada despreciables estos dones, por cierto.

Autoridad y responsabilidad

Señor Mayor Oreja, es usted un miembro importante de la vida pública, ha sido miembro de un Gobierno de España y eso le confiere cierta autoridad y también mucha responsabilidad. Al identificarse usted como católico, puede confundir a otros que comparten su fe. Esto me preocupa, mucho más que el efecto que sobre la comunidad científica tengan sus palabras; de ahí esta carta. Además, flaco favor les hace a las asociaciones que defienden la vida y que aparecen ahora como anticientíficas o acientíficas; ¿qué sentido tiene?

Por último, se compromete usted, puesto que el creacionismo es propio de grupos religiosos protestantes como los Testigos de Jehová o algunos evangélicos (vaya mi respeto para todo ellos, por supuesto) y se aleja del humanismo católico que creo pretende reivindicar. No perciba en esta reflexión cierto tono de exclusión eclesial, que en absoluto pretendo. Por supuesto, esto no hay que aclararlo: todos los bautizados en Cristo estamos en la misma barca de Pedro.

El papa Francisco insistía en la última JMJ con vehemencia. “Hay espacio para todos, así como somos todos…, todos, todos”. Y, cuando su Santidad insiste tanto en este punto, por algo será. A mí desde luego, en lo personal, me consuela.

Con otra mirada

Le invito, desde la cordialidad, a asomarse a la ciencia con ojos de niño, de asombro y de respeto, con humildad y déjese llevar, en esta aventura, por los científicos que, en esta materia, son los que saben. Asómese al asombroso mundo de los seres vivos descalzándose porque lo que va a pisar es suelo sagrado. Ahí, en la creación, en la evolución de las formas vivas que nos precede y de la que dependemos, los científicos creyentes percibimos, saboreamos y degustamos la inmanencia de Dios sin tener necesidad de cuestionar su transcendencia.

Créame, señor Mayor Oreja, que si existiera “ahí fuera” y “aquí dentro” (¡y existe!) un Dios que estuviera pacientemente, sin espacio ni tiempo, esperando para revelarse al ser humano, podríamos entender que la evolución de las formas vivas es el vehículo más creativo, más diverso, más equilibrado, más bello y elegante para acercarnos, poco a poco, a golpe de cambio, hasta Él. Esta, obviamente, es la interpretación teológica de una realidad científica que he querido compartir.

Un abrazo fraterno. Recuerde que la V/verdad nos hará libres. La paz.

María del Carmen Molina Cobos es miembro del Grupo de Investigación de Alto Rendimiento en Ecología Evolutiva en la Universidad Rey Juan Carlos, de la Asociación de Científicos Católicos (Sección España) y del Equipo Colaborador del Departamento de Ecología Integral de la Conferencia Episcopal Española.