Tribuna

Antes de la Navidad, gritos de justicia social a la luz del Evangelio

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La Navidad no es solo un tiempo de luces, villancicos y cenas familiares. Es, sobre todo, un tiempo de esperanza, de encarnación del Amor en medio de la humanidad, y un recordatorio de que el Niño que nace en Belén lo hace en un pesebre, en la pobreza más radical. Desde aquella primera noche santa, la Navidad es un grito de Dios a nuestras conciencias, una llamada a mirar de frente las realidades de miseria, exclusión y desigualdad que siguen marcando nuestro tiempo. En pleno siglo XXI, es más urgente que nunca.



La pobreza, como bien señala el papa Francisco, no es una fatalidad, sino el resultado de la indiferencia de un sistema que coloca el dinero por encima de la dignidad humana. En su encíclica Evangelii Gaudium, el Papa denuncia “esta economía que mata” y subraya que “mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres […] no se resolverán los problemas del mundo”. Y, sin embargo, vivimos en una sociedad donde los pobres son relegados al olvido, invisibilizados tras las luces de Navidad que adornan nuestras ciudades.

Luces de Navidad en Beirut

En España, millones de personas enfrentan estas fechas desde la precariedad y el abandono. No hablamos solo de quienes no tienen techo, que ya son demasiados; hablamos también de familias enteras que trabajan incansablemente y aún así no llegan a fin de mes. La pobreza laboral, denunciada constantemente por los movimientos sociales y sindicatos, es una de las grandes vergüenzas de nuestro tiempo. ¿Cómo podemos celebrar el nacimiento de Cristo, que se hizo pobre por nosotros, mientras aceptamos como “normal” que tantos hermanos vivan sin lo necesario para sobrevivir?

La Doctrina Social de la Iglesia nos recuerda que la pobreza no es solo un problema económico, sino una cuestión profundamente moral. Desde Rerum Novarum, pasando por Caritas in Veritate de Benedicto XVI, hasta Fratelli Tutti de Francisco, la Iglesia ha sido clara: el destino universal de los bienes de la Tierra es un principio fundamental. Ninguna persona debería carecer de lo necesario para vivir dignamente, y el hecho de que esto siga ocurriendo no es un signo de escasez, sino de avaricia y mala distribución.

Cultura del encuentro

El papa Francisco nos ha recordado con insistencia que debemos construir una “cultura del encuentro”. Pero, ¿cómo lograr ese encuentro si permitimos que la desigualdad nos separe cada vez más? Este es un tiempo de fraternidad, de mirar al otro como un hermano. Y sin embargo, cada vez estamos más encerrados en nosotros mismos, cegados por el brillo del consumo y sordos al clamor de los pobres.

La Navidad nos invita a cambiar nuestra vida. No se trata solo de dar algo a los necesitados —aunque la solidaridad y la beneficencia es aún necesaria—, sino de comprometernos a transformar las estructuras injustas que perpetúan la pobreza, desde la caridad política. Como señala Francisco en Fratelli Tutti, “la solidaridad, entendida en su sentido más profundo, es un modo de hacer historia“. Y esa historia no puede construirse si seguimos poniendo parches a un sistema que excluye, explota y abandona.

Luces de Navidad en Sao Paulo

El pesebre de Belén nos muestra que Dios no elige los palacios ni las riquezas para manifestarse. Nace en la precariedad, en una familia humilde, para enseñarnos que la verdadera grandeza está en la sencillez y en el servicio. Esta Navidad, ¿estamos dispuestos a mirar más allá de las luces y escuchar el mensaje del Evangelio? ¿Estamos dispuestos a comprometernos con los que sufren, con los olvidados, con los últimos?

No se trata solo de actos puntuales de solidaridad, sino de abrazar una visión más amplia de justicia social. La Iglesia nos llama a construir una sociedad donde los derechos de todos sean respetados, donde la dignidad de cada persona sea reconocida y donde la riqueza no sea un privilegio de unos pocos, sino un bien compartido. No podemos permitir que la Navidad se convierta en una coartada para nuestra inacción.

Iluminar el camino

La Navidad es un momento de esperanza, pero también debe ser un momento de denuncia. Denunciemos la hipocresía de quienes hablan de fraternidad mientras explotan a sus trabajadores. Denunciemos la indiferencia de quienes cierran los ojos ante la pobreza. Y denunciemos nuestra propia pasividad ante la injusticia.

Como dijo San Óscar Romero, mártir y defensor de los pobres: “La justicia es como una serpiente; solo muerde a los descalzos”. Que esta Navidad no sea un tiempo de resignación, sino de rebeldía. Porque el Niño que nació en Belén no vino a consolar a los poderosos, sino a anunciar un Reino donde los últimos serán los primeros.

Que nuestras luces de Navidad no sean solo decorativas. Que iluminen el camino hacia una sociedad más justa, más humana y más fraterna. Esa es la verdadera celebración del nacimiento de Cristo.

Compromiso renovado

Que esta Navidad sea, como nos pide el papa Francisco, un tiempo para dejarnos interpelar por el sufrimiento de los demás. Que recordemos que cada persona sin hogar, cada niño que se duerme con hambre, cada trabajador explotado es Cristo que nos dice: “Lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).

Las luces de Navidad no iluminan el verdadero sentido de estas fechas si no transforman nuestra conciencia. Que la celebración del nacimiento de Cristo sea para nosotros un compromiso renovado con la justicia, la solidaridad y la esperanza. Porque solo cuando trabajemos por un mundo más justo, estaremos celebrando de verdad la llegada del Salvador.