La Navidad es un canto de esperanza, de personas que buscan en la oscuridad de la noche, de unos pobres pastores que pasan la vida en la intemperie, de unos ricos sabios arropados en sus fortunas que siguen una estrella, noche tras noche, con la certidumbre de que encontrarán al príncipe de la paz, de buscadores de un sentido nuevo para sus vidas.
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La Navidad es lo que representan nuestros belenes tradicionales, la vida de un pueblo atareado, cortando la leña, sacando el agua de un pozo, lavando en el río, niños jugando, cuidando del ganado, vendiendo en el mercado, persiguiendo con espada a las madres que esconden sus bebés entre sus brazos, tendiendo la ropa, echando de comer a las gallinas, o custodiando al poderoso mientras él mira a sus súbditos desde arriba. Todo es vida, cada uno a lo suyo y un cierto desconocimiento de que un niño ha nacido en un establo.
La Navidad es paz en la tierra, que por defecto nos lo recuerdan Ucrania, Sudán, Gaza, Siria, Israel, Burkina Faso, Malí, Níger, Yemen, Haití… en total 56 conflictos armados activos, con más desplazados y refugiados que durante la II Guerra Mundial, y los terrorismos, aunque los ángeles nos siguen cantando, haciendo una llamada de PAZ a todos los hombres de buena voluntad.
La Navidad, lo sabemos por el Evangelio, es una mirada a los distintos rostros de la pobreza, de aquellos que no tienen donde reclinar la cabeza, de los que sufren por cualquier causa, de los que la vida ni la sociedad les ha sonreído, de los que se encuentran solos sin apoyos de personas que los acojan y quieran, de los que viven en la intemperie y en las cunetas de la vida, despojados de toda dignidad humana.
Llena de bondad
La Navidad está llena de bondad, de personas queridas y de recuerdos, de esos que construyen la vida, y uno se goza en la contemplación sosegada de la memoria. Las antiguas imágenes reaparecen de nuevo, dejando reavivar el fuego del recuerdo de las cosas buenas vividas con sencillez y pobreza de espíritu. Y no vienen solas, las acompañan siempre los sentimientos, aquellos que hacen que el corazón cambie de ritmo y entre en una quietud de bienestar y de gozo. Y si todo esto lo pudieras compartir en una serena y gozosa celebración del Misterio, con todos los tuyos, entorno al altar, será también un sublime momento.
¡Ánimo y adelante!