Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

¿Por qué el mundo necesita de la Navidad?


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Una de esas cosas que se ha perdido en esta vorágine relativista en la que todo cabe y todo sobra es el sentido de la navidad, y aunque suene a discursos de abuelos, el origen de la navidad desde Jesús y lo que conlleva el misterio de la encarnación.



Por eso, antes la proximidad de la fiesta de la Natividad del Señor detenerse a pensar ¿por qué el mundo necesita de la navidad?, ¿por qué el acontecimiento de Belén es relevante?, ¿por qué nos jugamos la vida misma sino intentamos adentrarnos a la profundidad de lo que allí sucedió?

La Buena Noticia que no es noticia

Lo primero es la inmensurable gracia de Dios que se hace carne, se hace hombre y con esta acción reivindica el sentido real de lo humano en la humanidad, y en este punto la mayoría podrá estar de acuerdo porque si hay algo que falta en nuestras sociedades es humanidad.

Las discusiones sobre la tecnología y la inteligencia artificial, por ejemplo, siempre concluyen que es necesario tomar en cuenta lo humano, incluso desde un nivel preponderante, primero lo humano, pero parece que sucede lo contrario, hoy la vida humana es lo que menos vale, la persona es reducida a las ideologías, a lo que cree, a lo que come, a lo que ve, a sus preferencias sexuales, pues como dice el importante pensador francés, Edgar Morin “solo lo humano puede deshumanizarse”.

Navidad

En segundo lugar por la presencia de la violencia, la división, y la guerra ¿habrá alguien que dude que es necesario vivir con autenticidad el reconocimiento a Jesús como príncipe de la paz? Si algo es necesario es cultivar esa actitud de convivencia y armonía en las diferencias, y es que en el pequeño niño de Belén hay una lección inversamente proporcional de humildad para los grandes y poderosos.

Un hogar lleno de amor

El grande se hace pequeño, el todopoderoso se hace débil, el eterno entra en el tiempo, y no para imponerse desde la fuerza, sino para ser testigo de la verdad. Él único se hace como todos, igual a todos, menos en el pecado. ¡Oh inmensa grandeza!

En tercer lugar, la sencillez del nacimiento, no entre riquezas y lujos, ni siquiera en la comodidad. Es que el portal de Belén no fue sustentable ni sostenible, ni siquiera con un entorno mínimo de bienestar pero estaba impregnado del amor de María y José que bastaba.

Ese pequeño pedacito de hogar en el que fue fecundo el cuidado de sus padres, que aunque había pobreza no había miseria conlleva a pensar que María y José son también ejemplos de responsabilidad compartida y de la tan evocada cultura del cuidado. Ellos sí que fueron los primeros custodios.

Alimentar la esperanza

En cuarto lugar, desde el sentido de la luz, del alumbramiento, de que el acontecimiento ocurriera en la noche, de que fuese anunciado con una estrella. Y es que el mundo también vive en la oscuridad, incluso literalmente hay oscuridad, al menos en Cuba y Venezuela siguen habiendo apagones eléctricos por más de 12 horas; y en el sentido también de la opacidad de la corrupción, la injusticia, la desigualdad y el despilfarro, que siguen brillando con la estridencia falsa de los populismos mesiánicos.

Si, hoy hace falta mirar hacia el portal de Belén, reconocer en esos personajes algo, o mejor dicho reconocer todo, de la propia vida, de la propia historia, de eso que estamos llamados a ser y que no somos, en eso que podemos esperar y alimentar la esperanza.

Si, porque sí Dios se hizo niño, el mal no vencerá, la humanidad ya fue redimida para siempre, la unidad es un proyecto posible, la humildad no es una historieta para mediocres y la luz del bien puede irradiar en cada uno porque hemos sido salvados en la esperanza.


Por Rixio  Portillo. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey