Cada tanto, nos da el ramalazo y empezamos a hablar de la necesidad de transparencia creyendo que es lo que tienen que hacer los otros. Eso que queda fuera de las puertas de casas y consciencias propias.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Esta época de Adviento –en este tiempo de espera de un nuevo nacimiento de Jesús– nos da la posibilidad de mirar la viga en ojo propio y enfocar esta justa, vital y necesaria condición que nos ubica como personas humanas en toda nuestra integralidad.
¿Qué es la transparencia?
Sus sinónimos son: diafanidad, nitidez, luminosidad, claridad, limpidez, traslucidez, evidencia, comprensibilidad.
Es alentador saber que “evidencia” es uno de ellos. Se puede decir que, para ser transparente, hay que mostrar evidencias nítidas, claras y comprensibles.
En los discursos habituales, se habla de transparencia en varios frentes. La política es uno de ellos y uno de los que suele ser más cuestionados. El mundo empresarial, las finanzas y la economía también lo son. Y hay muchos otros. En las relaciones familiares, de amistad, amorosas, de trabajo, comerciales y en todas las que la vida nos propone para ejercerlas de manera nítida.
En enero de este año, el Papa Francisco publicó dos de esos documentos que casi nunca se presentan a las comunidades. Son dos cartas apostólicas motu proprio con las que sigue encaminando la administración vaticana. [1]
Asimismo, el Documento Final del Sínodo de la Sinodalidad nos permite situarnos y reflexionar en este sentido bajo el título “Transparencia, rendición de cuentas y evaluación” y comienza diciendo que “el proceso decisional no concluye con la toma de decisiones. Debe ir acompañada y seguida de prácticas de rendición de cuentas y evaluación, en un espíritu de transparencia inspirado en criterios evangélicos”, dado que “la rendición de cuentas del propio ministerio a la comunidad pertenece a la tradición más antigua, que se remonta a la Iglesia apostólica”. [2]
¿Podemos pensar en hacer lo propio en nuestras comunidades y diócesis para que todo sea claro, comprensible y nítido para toda la diócesis y aún para toda la sociedad que nos mira como Iglesia?
Ir más allá
Adentro, en la visión del sí mismo, habitan preconceptos y peligros, tentaciones y autodisculpas, sugestiones y fascinaciones varias. Se van escuchando y viendo algunas opiniones para el afuera y no para el adentro.
En el afuera están todas las personas que son otras: las malas, las que tienen todas las culpas y responsabilidades, las que siempre hacen lo mismo, las que se corrompen, las oscuras.
En el adentro estamos solos con una abatida conciencia que se rompe en mil pedazos ante una realidad interior que no sabe distinguir claramente entre alma y espíritu. Y es que ella –la conciencia– se sostiene en un lugar poco acostumbrado a que lo escuchemos. Tan empobrecido está nuestro espíritu.
El alma vaga también en sus soledades. Entre una mente que se deja llevar por las disculpas, unos sentimientos y emociones acontecidos en el borde de cualquier abismo y una voluntad pauperizada, hay ríos de caprichos y justificaciones para dejar de lado fácilmente cualquier examen de conciencia sereno y un discernimiento duro y parejo que permita ver qué hacemos con nuestras faltas de transparencia. Como personas, como comunidades, como diócesis y como miembros activos todos de una humanidad que pide a gritos nuevas maneras de consolidar principios, valores y virtudes.
Entre las varias cuestiones abordadas por Francisco ante cuatrocientos representantes de directivos y empleados de diversos Institutos bancarios italianos, expresó la necesidad de “actuar con transparencia: reforzar la confianza a través de un manejo ético y responsable”.[3]
Para generar y reforzar la confianza, tal como dice Francisco, las personas necesitamos conocer de manera clara y comprensible los manejos de cualquier administración pública, tal como lo dice la Ley N°27275 de Derecho de Acceso a la Información Pública.
En el mismo sentido, las y los fieles deberíamos tener acceso a las cuentas de nuestros movimientos, comunidades y diócesis para las que trabajamos de diversas maneras, sea haciendo empanadas o colectas específicas, con nuestras ofrendas y donaciones varias. Para también promover la participación y la transparencia en favor de la justicia social que “sólo se alcanza cuando todos asumen su responsabilidad en el bien común: eludir este deber debe considerarse deshonesto y reprochable”, dijo Francisco.
Que no es “cantar y coser”, ya lo sabemos, pero es darnos a la responsabilidad de construir nuevos espacios de participación cierta y veraz donde estemos todos, todos, todos.
Navidad es oportunidad
Jesús fue transparente desde que nació. Su madre lo era y sus padres lo fueron. Jesús es ese río de agua transparente que nos llama a un nuevo nacimiento en cada Navidad. Jesús es quién sin duda alguna expulsó a los mercaderes del templo dando una respuesta clara, luminosa y extremadamente comprensible. Jesús sigue reconstruyendo el templo cada Navidad.
Animémonos a reconstruir todo lo que haga falta en nuestra Iglesia, con la fuerza arrolladora de la Santísima Trinidad.
La Navidad es la mejor oportunidad para hacer pie en ese pesebre pobre que se convirtió en la Luz del mundo anunciado por los profetas.
[1] https://www.vatican.va/content/francesco/es/motu_proprio/documents/papa-francesco-motu-proprio-20210426_trasparenza-finanzapubblica.html
https://press.vatican.va/content/salastampa/it/bollettino/pubblico/2024/01/16/0045/00093.html
[2] https://www.synod.va/content/dam/synod/news/2024-10-26_final-document/ESP—Documento-finale.pdf
[3] https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2024-12/el-papa-fomentar-una-economia-de-paz-evitando-las-actitudes-usu.html