En un artículo publicado no hace tanto para el prólogo de un libro en España, Joan Chittister, la benedictina norteamericana de 88 años, confesaba que a su edad había vivido dos Iglesias, y las definía de un modo en el que muchos podemos reconocernos:
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Pliego completo solo para suscriptores
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
“En esa ‘primera Iglesia’ me sentía como en una institución bien dirigida, bien ordenada, clara en sus esperanzas, segura en sus doctrinas, válida para todos en sus normas, y estrictamente definida (…). El objetivo del esfuerzo consistía en alcanzar la santidad, subiendo cada peldaño con celo y determinación.
Una vida de ‘prácticas’
Es un hecho que en esa primera época predominaba la necesidad de rendimiento y reconocimiento. (…) El camino hacia la santidad se convirtió en un camino privado, marcado por la participación en actos públicos: bautismo, primera comunión, misa dominical, abstinencia cuaresmal, las cuatro semanas del Adviento, la confesión anual, Navidad y Pascua. Era una vida llena de ‘prácticas’ en la que no contaba tanto la obligación de dar su vida por los demás. (…)
Se trataba de lo que yo estuviera haciendo en cada situación, pero no de lo que la situación misma me exigía en el proceso y que me llevaba a mi madurez espiritual.
Seguir la llamada del Espíritu
La ‘segunda Iglesia’ llegó solo mucho después –es decir, ahora– cuando la rutina ya hacía mucho que había perdido tanto su encanto como su dinámica. En lugar de esto, la vida espiritual nos invita ahora a vivir más allá del sistema y a seguir la llamada del Espíritu Santo en cada momento, como una fresca brisa. Como una posibilidad. Como responsabilidad. Como amor. (…)
Este camino del alma trae consigo la invitación de nueva vida, de crecimiento floreciente, de un nuevo comienzo permanente. Aquí no se trata de una rutina que hay que superar en diferentes niveles para salvarme al final. Se trata de la llamada a una vida que configuro desde mi corazón y mi alma para el bien del mundo que me rodea y para mi propio crecimiento aquí y ahora”.
Si hemos copiado este largo párrafo es por la justicia de un análisis en el que muchos podemos reconocernos. Chittister está convencida de que esa nueva Iglesia está ya aquí, pero no cabe duda de que convive con la antigua, que muchos se resisten todavía a abandonar. Por eso, si se puede decir con el profeta que “está naciendo algo nuevo, ¿no lo notáis?” (Is 43, 19), también es claro que la Iglesia, como el propio mundo, está con dolores de parto, esperando la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rom 8, 22).
Alma de la nueva Iglesia
El texto citado pone especialmente el acento en la espiritualidad que sale del corazón y no hay duda de que ella va a ser el alma de la nueva Iglesia. Pero vivimos en un mundo en que la realidad primera es el sufrimiento. En vez de la cultura de la caridad política que ha defendido el papa Francisco en su encíclica ‘Fratelli tutti’ (2020) sobre la fraternidad y la amistad social, se ha desatado la cultura del enfrentamiento y la violencia, con medios cada vez más terribles. Es necesario que en la nueva Iglesia la caridad sea el centro de su vida. Los pobres, las víctimas deberán volver a ser el rostro sufriente de Cristo.
Queremos en el presente trabajo, pues, meditar sobre esos dos pilares de la Iglesia que nace: la espiritualidad y la acción.
Parece muy arriesgado decir que la Iglesia que declina no cultivaba la espiritualidad, pero no lo es tanto asegurar que estaba reservada a los clérigos y a los miembros de congregaciones religiosas. Los laicos –la “clase de tropa”, como se dijo una vez– tenían bastante con el culto, la misa de los domingos, los triduos y novenas, las procesiones… ‘Espiritualidad’ era una palabra apenas usada para hablar de ellas y ellos.
A la escucha y a la espera
Pero la Iglesia ha de ser una comunidad que enseña y ayuda a cada uno de sus fieles a identificar su ansia espiritual, el deseo de plenitud, de un “infinito de felicidad” que identificamos con Dios. Un deseo que sabemos bien que no tendrá satisfacción total hasta que lo veamos cara a cara, pero que nos permite hoy rastrearlo. Tenemos que ponernos a la escucha, a la espera, sabiendo que esa ansia, que nos identifica como humanos, tiene su raíz en Él, que nos ha creado.
El cristianismo de este siglo está recuperando la meditación como práctica, después de años de acentuar el compromiso y la oración activa. Y en la meditación no hacemos, nos dejamos hacer: nos sentirnos acogidos, nos sabemos escuchados. La meditación no es más que una manera de llegar a lo que tradicionalmente se ha llamado la contemplación: desde ella, al sabernos escuchados y acogidos, agradecemos, confiamos y nos sentimos desbordados.
La contemplación
Dice Thomas Keating, cisterciense norteamericano ya fallecido, que la contemplación es “un gustar del sabor del misterio último al que llamamos Dios en la tradición religiosa judeocristiana, y recibe otros nombres en otras religiones… Es una apertura de la mente y del corazón y de todo nuestro ser a Dios, al Misterio último, más allá de pensamientos, palabras y emociones”.
La nueva Iglesia ha de ser una Iglesia que solicita al Señor que nos dé la mano para recorrer los caminos del mundo, que la pequeñez de nuestras fuerzas no nos desanime, que no se resigne ante la gravedad del presente. La oración de petición será expresión de confianza, la oración de la Iglesia en las celebraciones litúrgicas, la oración como María, a María, con María. Esa oración con el Espíritu que nos hará humildes y, a la vez, revolucionarios: “He venido a traer fuego a la tierra; y ¡cómo desearía que ya estuviese ardiendo!” (Lc 12, 49).
En esa Iglesia se ha de aprender que estamos habitados desde siempre por la presencia de Dios. Un camino que se recorre refiriéndose a Jesucristo porque de no hacerlo así la oración no puede ser cristiana. A Él nos dirigiremos: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe, ilumina mi pobre fe y enséñame a orar” (Mc 9, 23-24). (…)
Pliego completo solo para suscriptores
Índice del Pliego
PRÓLOGO
UNA IGLESIA DE ESPIRITUALIDAD
UNA IGLESIA EN ORACIÓN
LA ESPIRITUALIDAD EN LOS SACRAMENTOS
LA ESPIRITUALIDAD EN LA VIDA COTIDIANA
UNA IGLESIA DE LA ACCIÓN
LA IGLESIA DE LA PAZ
LOS CAMBIOS URGENTES: UNA IGLESIA SEGURA Y UNA IGLESIA DE IGUALES
‘CARTA A DIOGNETO’