Cuando visito a un paciente, lo primero que hago, tras presentarme, es preguntarle ¿cómo se encuentra? ¿qué tal está? Porque, más allá de resultados de análisis y radiografías, eso es lo importante: cómo se siente la persona. Las respuestas que se obtienen son variadas, pero no olvidaré nunca mi experiencia en un hospital comarcal de Castilla la Mancha, donde trabajé varios años.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
No creo recordar a ningún enfermo, de los varios cientos o quizás miles que visité, que me dijese “estoy mejor”. La respuesta inevitable en un paciente que a todas luces mejoraba, era “parece que no voy a peor”. Me sorprendió mucho al principio, pero con el tiempo, conforme conocí la sociedad en la que vivía, fui comprendiendo.
Acostumbrados a malas noticias
Se trata de una zona rural, acostumbrada a malas noticias y peores realidades, donde la gente trabaja duro para conseguir el fruto de la tierra, casi en exclusiva vides y olivos. Dependen del clima, de ayudas que no llegan o se retrasan, de los precios que se fijan en otros lugares, de fríos cálculos políticos.
Una sociedad donde –aunque imagino que ya ha cambiado– existía todavía en 2004 un significativo índice de analfabetismo; de hecho, no eran pocos los pacientes y familiares que me decían no poder leer el informe que les entregaba. Así, era frecuente que se estableciese en la consulta el siguiente diálogo entre médico y paciente: “Buenos días, ¿qué le ocurre?”. “No lo sé, usted sabrá, es el médico”. “Bueno, pero por algo ha venido”. “No, a mí me han traído”.
Cosas positivas y negativas
Aprendí mucho en aquel pequeño hospital, aunque no todo bueno. Recuerdo cosas positivas; por ejemplo, que las familias cuidaban de los suyos y era raro que se rechazase un alta. En general, se agradecían los esfuerzos y el interés, y se aceptaban con facilidad las explicaciones y consejos. Como negativo, la plantilla médica era inestable, con un alto recambio de profesionales, ansiosos por marchar a hospitales de mayor tamaño.
Temo que esa realidad ha ido en aumento, problema que aqueja a la mayoría de hospitales pequeños de nuestro país. Además, la capacidad resolutiva del hospital tenía sus límites y las derivaciones a centros con más medios no eran sencillas. A pesar de amarguras y dificultades, tengo buen recuerdo de aquellos años, nada fáciles en lo personal, pero en los que aprendí mucha medicina.
Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos, ahora que está aumentando la presión estacional en los hospitales. Y por nuestro país.