(Juan María Laboa– Profesor emérito de la Universidad Pontificia Comillas)
“Pablo VI conectó el amor y la política, y el arzobispo castrense consumó la pirueta religiosa al fundir amor y ejército, es decir, personas capaces de dar su vida por amor”
El nuevo arzobispo castrense tomó posesión de su cargo en una ceremonia cálida y sugerente, en una pequeña catedral que fue en su tiempo hermosa capilla de un convento de clausura. Se trató de un acto oficial y, en este sentido, formal, pero su desarrollo rebasó los límites del protocolo. Profesores y alumnos de la Universidad de Sevilla, miembros de cofradías, sacerdotes y diocesanos de Jerez, amigos de toda índole, demostraban la capacidad de crear lazos del nuevo arzobispo a lo largo de su recorrido vital. Su homilía resultó poco convencional, bien estructurada y, sobre todo, capaz de diseñar con precisos trazos la razón de ser de esta peculiar familia diocesana. A diferencia de Tácito (“hacen un desierto y lo llaman paz”), la homilía recordó que la paz es fruto de la justicia y del amor. Sus palabras hicieron patente el carácter personal de Juan del Río, su humanismo desbordante y su religiosidad integrada en su vida, sus valores y sus afectos.
Pablo VI conectó el amor y la política, y el arzobispo castrense consumó la pirueta religiosa al fundir amor y ejército, es decir, personas capaces de dar su vida por amor. En un momento en el que en Occidente la evolución del pensamiento sobre la labor y razón de ser de los ejércitos es innegable, resulta sugerente reflexionar sobre este aspecto.
Durante siglos se distinguió en España la dedicación pastoral a la Familia Real de la dedicación al Ejército regular. Desde hace un siglo, la Santa Sede concentró en una persona el cuidado de ambas preocupaciones. El arzobispo castrense tiene, pues, como diocesanos a los Reyes y a su familia en sentido amplio. Este hecho le convierte en el Pastor e interlocutor de unos estamentos especialmente sensibles en la conformación del Estado y de la sociedad.
En el nº 2.631 de Vida Nueva.