La Jornada Mundial de la Vida Consagrada se celebra cada año el 2 de febrero, coincidiendo con la fiesta de La Candelaria. Esta jornada tiene como objetivo reconocer y agradecer el don que representan las personas consagradas para la Iglesia y el mundo, en su diversidad de modos y carismas inspirados por el Espíritu Santo. Este año se celebra con el lema “Peregrinos y sembradores de esperanza”, en el marco del Año Jubilar Ordinario. En el mensaje para esta celebración, los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada que preside el obispo de León, el claretiano, Luis Ángel de las Heras, resaltan la importancia de la vida consagrada como testimonio de compromiso en el mundo contemporáneo, invitando a todos los fieles a valorar y acompañar a quienes dedican su vida al servicio de Dios y de los demás.
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“La esperanza se fundamenta en Dios no se basa en los números o en las obras”, apuntan los pastores en un tiempo de carestía vocacional donde se cierran comunidades y se dejan algunas presencias. Desde estas coordenadas, animan a los consagrado a no “ceder a las tentaciones de la cantidad o la eficiencia, ni a las de confiar en las propias fuerzas o dejarse amedrentar por las debilidades”. De la misma manera, se muestran convencidos de que “las personas consagradas, fieles a su identidad profética, han de vivir despiertas, vigilantes, con actitud de centinelas que evitan todo adormilamiento y comodidad“.
Inspirados en las palabras del profeta Isaías: ‘¡Qué hermosos son sobre los montes los pies de quien trae alegres noticias!’ (cf. Is 52,7), los obispos españoles subrayan que los consagrados son portadores de esperanza, llamados a sembrar luz y vida en su caminar diario. Como ciudadanos de la ciudad celeste, su misión es anticipar la realidad del Reino de Dios mientras peregrinan junto a toda la Iglesia.
Llamamiento a la esperanza activa
El mensaje destaca dos dimensiones esenciales que los consagrados deben cultivar: la misión profética y las relaciones nuevas. En cuanto a la misión profética, se recuerda que, incluso en tiempos de desafíos como la disminución de vocaciones, el envejecimiento y las dificultades económicas, los consagrados deben permanecer vigilantes y ser centinelas de esperanza. Como afirmó el Papa Francisco, el texto expone que la esperanza no se basa en números o logros materiales, sino en la fe en el Señor. En este contexto, los consagrados están llamados a denunciar las injusticias, defender a los más débiles y trabajar por una Iglesia sinodal y misionera, sembrando semillas de fe a través de sus acciones evangelizadoras.
En cuanto a las relaciones nuevas, los obispos invitan a los consagrados a promover encuentros que reflejen el amor y la reconciliación de Cristo. Este compromiso implica, según expresan los obispo, en construir comunidades fraternas, multiculturales e inclusivas, capaces de irradiar esperanza y unidad en un mundo fragmentado. Además, se subraya la importancia de afrontar las relaciones con dignidad y respeto, reparando heridas y ofreciendo ayuda a quienes la necesiten. Estas nuevas relaciones deben ser reflejo de una verdadera fraternidad cristiana, alimentada por la experiencia del encuentro con Jesucristo.
Los obispos concluyen su mensaje animando a los consagrados a permanecer firmes en la esperanza, como se expresa en la carta a los Hebreos: “Aferrémonos al ancla del alma, segura y firme, que penetra más allá de la cortina, donde entró, como precursor, por nosotros, Jesús” (Heb 6,18-20). En este Año Jubilar, los consagrados están llamados a ser peregrinos que avanzan con entusiasmo y sembradores que siembran esperanza en cada rincón de la humanidad. La Jornada Mundial de la Vida Consagrada 2025 es una oportunidad para reconocer el papel transformador de quienes dedican su vida a Dios. Su testimonio de amor, entrega y fe es un faro que ilumina el camino hacia el Reino de Dios, inspirando a todos los fieles a vivir su propia vocación con esperanza y alegría.