Vivir nuestras solidaridades en Argelia

Mikel Larburu, padre blanco

(Mikel Larburu-Padre Blanco, misionero en Argelia) La crisis que atraviesa hoy Argelia es profunda, cubre todos los campos: el político, inmerso en las maniobras de fin de reino; el social, con una protesta generalizada, cuyos exponentes más claros son el paro y los harraga, jóvenes que se lanzan a cruzar el Mediterráneo en pateras de fortuna; y el religioso, que tras la gran crisis islamista se hunde en cotas de oscurantismo, irracionalidad y complejos de inferioridad nunca alcanzados. Dejo el campo económico, por no ser lugar ni momento para analizarlo, pero que conoce un auge espectacular y jamás soñado gracias a sus potencialidades petrolíferas y de gas, seguramente la raíz de todas las ambiciones y males.

Describiré la situación de la Iglesia, sobre todo la católica, que pagó el alto precio de 19 compañeros y compañeras asesinados (entonces, el 10% del colectivo eclesial). Hoy se concentran en ella todas las crisis, hasta el punto de convertirnos en perfecto chivo expiatorio, visto el eco mediático que tenemos, totalmente desproporcionado a nuestra presencia.

Las crisis de la Iglesia han sido cíclicas, hasta el punto de que hemos adquirido una cierta paciencia casi refleja, perfectamente integrada en una espiritualidad  siempre de minorías. Para nosotros, el ser ‘minoría’ es signo profético e incluso vocacional, con una proyección hacia la Iglesia universal y la sociedad de hoy. Todo lo contrario de lo que el ministro de Asuntos Religiosos decía esta semana a un diario de lengua francesa, El Watan. Para él, el hecho de revestir hábitos de minorías sería poco menos que una estrategia al estilo del caballo de Troya para minar desde dentro la sociedad argelina.

Me llena de tristeza el contraste que se establece entre nuestros compromisos de vida solidaria de corte evangélico con el pueblo y los obstáculos y sospechas de que somos diana permanente. Desde hace un tiempo, la obtención de visados de responsables, familiares y amigos que nos sostienen desde el exterior se había vuelto difícil. La situación se tornaba aún más grave con compañeros y compañeras que deseaban tomar el relevo para rejuvenecer nuestras comunidades.

La crisis se agravó el 30 de enero, cuando un sacerdote de Orán y un médico argelino que le acompañaba volvían de un campo de refugiados en la frontera con Marruecos, y fueron detenidos y juzgados según la Disposición del 28 de febrero de 2006, siendo condenados a penas de cárcel y multas. La Iglesia de Orán realizaba esta labor humanitaria con los emigrantes subsaharianos gracias a los sacerdotes y religiosas, y a este voluntario argelino, desde hace más de 10 años, a sabiendas de las autoridades. ¿Por qué ese día tomaron cartas en el asunto?

Sabíamos que, desde la aparición de tal Disposición, que dice que los actos cultuales de otras religiones que no sean la musulmana no podrán celebrarse fuera de los lugares autorizados, estábamos expuestos a la arbitrariedad de las autoridades. La Disposición, así como los

decretos de aplicación, carecen de toda precisión, y nos exponen continuamente a situaciones semejantes, como en mi caso, llamado semanalmente a celebrar

a misa en las bases petrolíferas. ¿Es que un grupo de migrantes, hundidos en la miseria, viviendo bajo plásticos, podrán tener un lugar oficial para su culto?

Durante el encuentro con el citado ministro, los obispos le remitieron una carta en la que se le pedía intervenir en favor de un pastor protestante de la Iglesia metodista, presente en el país durante 45 años y al que se le había tramitado una orden de expulsión. Asimismo, le hicieron partícipe de las dificultades de las comunidades evangélicas recientemente constituidas. Es verdad que muchas de ellas chocan en sus métodos y actividades con una población ya desestabilizada por tantas crisis recientes. Pero dudo de que las autoridades, al menos en los centros de decisión, sean incapaces de diferenciar nuestras posiciones.

Si esta campaña, a menudo agresiva, está menoscabando la confianza que reinaba en las relaciones entre musulmanes y cristianos, sin embargo, debo decir que los testimonios de amistad y solidaridad que estamos recibiendo de parte de la sociedad nos empujan a continuar esta presencia solidaria. Como dicen los obispos en su carta: “Pensamos que las evoluciones del mundo presente convierten nuestra vocación de solidaridad, que va mas allá de las fronteras, en una verdadera misión para hoy y para mañana”.

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