¿Qué necesitan los futuros sacerdotes?

(Vida Nueva) La celebración del Día del Seminario nos invita a descubrir cómo viven y qué necesitan los futuros sacerdotes. Con el objeto de acercarnos a esa realidad, Vida Nueva dedica sus Enfoques a abordar este tema de la mano de Salvador Cristau, rector del Seminario de Terrassa y de Pedro Ortega, rector del Seminario de Jaén.

Un lugar de esperanza

(Salvador Cristau Coll-Rector del Seminario de Terrassa) No es hoy muy habitual el nacimiento de una nueva diócesis, sobre todo en nuestro mundo occidental. Sin embargo, tampoco es un acontecimiento extraordinario, porque pertenece a la vida misma de la Iglesia el crecer y desarrollarse, y adaptarse constantemente a situaciones y realidades nuevas.

Esto es lo que ocurría el día 15 de junio de 2004, cuando Juan Pablo II creaba las diócesis de Sant Feliu de Llobregat y de Terrassa, desmembrándolas del antiguo territorio de la de Barcelona. Desde aquel momento empezaba su camino esta nueva Iglesia local, la Diócesis de Terrassa, situada al oeste de la ciudad y actual Archidiócesis de Barcelona, y que coincide en gran parte en su territorio con la antigua diócesis de Egara que existió desde mediados del siglo V hasta el VIII. Se trata en la actualidad de una zona predominantemente urbana e industrial, que cuenta aproximadamente con un millón doscientos mil habitantes.

Un fruto sin duda muy importante de esta vida de la Iglesia fue la creación del Seminario diocesano, a los dos años de existencia de la Diócesis de Terrassa. En aquel momento, la diócesis contaba con 15 seminaristas que vivían en el Seminario Conciliar de Barcelona. Este hecho y el poder disponer de una casa adecuada cedida por la Comunidad de Religiosas de San Juan de Jerusalén, movió al Sr. Obispo, Mons. Josep Àngel Saiz Meneses, a tomar la decisión de erigir el Seminario nombrando un rector, un asesor académico y un asesor espiritual. En el proceso seguido se consultó a los Consejos Presbiteral y Pastoral y se tuvieron en cuenta las peticiones recibidas a lo largo de los dos años de vida diocesana, tanto por parte de presbíteros como de laicos, sobre la conveniencia e incluso la necesidad de erigir el Seminario.

Se disponía, pues, de un grupo de seminaristas, de un equipo de formación y de un edificio con las condiciones necesarias para empezar. Se planteaba, sin embargo, también cuál sería el modelo a seguir y qué se pretendía al abrir un seminario, sobre todo en una época de crisis vocacional y en la que tienen que cerrarse otros. Pero el Seminario, más que un lugar físico, es una etapa en la vida y el camino de preparación al sacerdocio de quienes se sienten llamados a consagrar su vida, su tiempo, sus posibilidades y expectativas, sus cualidades, el celibato… a Jesucristo, que les llama en la Iglesia y les ofrece compartir su vida con Él.

En cuanto al modelo de sacerdote y de pastor válido para este momento de la Iglesia, no es necesario ser particularmente imaginativos. Se trata de formar sacerdotes a imagen de Jesucristo, el Buen Pastor, “que no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida como rescate por muchos” (Mt 20, 18 ). Se trata de vivir con Él y de ser enviados a predicar por todo el mundo (Mc 3, 13; Mt 28, 28). Los documentos del Vaticano II, la exhortación Pastores dabo vobis y más recientemente la carta apostólica Novo millennio ineunte de Juan Pablo II, y las encíclicas de Benedicto XVI sobre el Amor y la Esperanza, marcan la línea a seguir. Se trata, por último, de seguir el modelo de vida de los Apóstoles con Jesús y en la Iglesia. El que tenemos en el Evangelio y que debe estar presente en la vida de los seminaristas y de los sacerdotes.

Por lo que se refiere al hecho de abrir ahora un seminario, partiendo de cero y con las dificultades que ello conlleva, pienso que debe leerse como una consecuencia y un fruto de la misma Iglesia, de esta nueva Diócesis y de su vida. Una consecuencia de la “normalización” de esa vida y actividad, como en su momento lo fue la constitución de otros organismos de la vida diocesana. Y hay que tener en cuenta también lo que se quiere significar cuando se dice que el Seminario es el corazón de la Diócesis. Con ello se quiere expresar el aprecio de que goza esta institución entre sacerdotes y fieles y, a la vez, el hecho de que es también una promesa de futuro, un lugar de esperanza para la Diócesis en el sentido en el que precisamente nos ha hablado Benedicto XVI en su reciente encíclica Spes salvi, referente a los “lugares de aprendizaje y ejercicio de la esperanza” (nn. 32 a 48). No hay duda de que en unos tiempos de crisis de vocaciones y de fe, y aunque no deje de sorprendernos, éste es y debe ser, especialmente para la Diócesis de Terrassa, un auténtico “lugar de esperanza”.

 

De la vocación al gozo

(Pedro Ortega Ulloa-Rector del Seminario de Jaén) Al padre le pareció una mala idea. No entendía que su hijo quisiera ser cura ahora que se puede vivir bien. No es que él negara a Dios. Pero se puede afirmar a Dios sin necesidad de arriesgar tanto, pensaba el padre de Juan.

Esta difusa y extendida sensación de que “no es para tanto” está presente en la cultura ambiental. Y aún más, en nuestra cultura no hace falta tener vocación (en el aspecto que sea) para vivir dignamente. El joven que hoy piensa en ser cura ha de ir más allá de estas evidencias sociales.

Así cuenta un joven seminarista su ruptura con estas evidencias: me impresionó mirar a Jesús crucificado. Parecía que era señal sólo de que hay gente más fuerte que él. Pero me dijeron que lo que allí pasaba era señal de amor. No logré entender por qué esa cruz era señal de amor… al tiempo conocí a la madre de un joven con parálisis cerebral. Y fui entendiendo el amor aparentemente inútil y dónde está su fecundidad. También entendí la libertad de amar de Dios y nuestro interés en echarlo fuera…

La experiencia espiritual básica donde aparece la vocación sucede como un “más” a vivir que nos atrae y nos impulsa.

En Jaén, 18 jóvenes han captado de alguna forma una llamada, una vocación a continuar la misión de Jesucristo en la Iglesia y para bien del mundo. Resulta una bendición encontrarse con estos jóvenes que vienen de ambientes muy diversos y con distinta madurez. Ahora estos jóvenes que se preparan en este Seminario han de ser ayudados para discernir el ambiente sociocultural y eclesial en donde mañana vivirán como “pastores”.

En nuestros pueblos de Jaén hay campesinos de rostro curtido, mayores, muchos mayores que no abandonan los pueblos de donde sus hijos se marcharon, jóvenes que se han dado cuenta de que se puede ganar buen dinero trabajando en un sitio y en otro, y niños, pocos niños en aulas medio llenas. La recogida de la aceituna transforma también a estos pueblos. Con el dinero de la aceituna, con el desempleo subsidiado y las tareas que van saliendo se tiene para bastante. En diez pueblos grandes y en la capital habita más de la mitad de la población de la Diócesis. Aquí la vida parece que no es costosa, aunque las pobrezas, en estos lugares, se viven más ocultas, más en soledad. Parece que es fácil tener, y muchos jóvenes viven con la percepción de que es posible y necesario consumir las sensaciones gratas que se presenten.

Y Dios, ¿dónde está Dios? Es fácil encontrar a personas, muchas personas, que mantenidas en la superficie del vivir no les brota esta pregunta. Pero es mucho más fácil encontrarse con personas a quienes les inquieta y les aquieta la cuestión de Dios. Les inquieta porque no piensan que vivir sea lo que da de sí la vida de cada uno, y les aquieta porque viven en la “casa sosegada” cuando reconocen que Dios en su Hijo vivió nuestra existencia.

Y Jesús, ¿qué sucede con él? La multitud de procesiones de los misterios de Jesús en su última semana no explican todo lo que pasa en la conciencia de la gente. Jesús no es lo que, en parte, hacemos de él en nuestras procesiones, sino lo que él hace en el fondo de nuestro espíritu. Hay aquí gentes cristianas.

¿Cómo se mira a la Iglesia? Se le estima, se le ignora y se le critica. Ahora está más cerca de la sociedad y más alejada del poder. Por esta “debilidad” de la Iglesia, a algunos padres les parece una mala idea que su hijo piense en ser cura.

¿Cómo se preparan los 18 seminaristas de Jaén? Es necesario que alcancen las cualidades humanas necesarias para ser personas equilibradas, sólidas y libres; que sean capaces de amar sin hacer de la vida un intercambio y vivan la responsabilidad desde la propia conciencia. Les ayudamos a que lleguen a ser amigos de Jesús, que vivan unidos a él, y así experimenten que hay más dicha en dar que en recibir. Entonces entenderán la necesidad de la escucha en verdad, acogerán el don del celibato y buscarán la pobreza como fuente de libertad y del compartir.

Estamos necesitados de personas que amen la verdad y amen la teología. Al estudio se dedica mucho tiempo. El seminarista es un creyente que se pregunta por su fe para reconocer lo que implica y para dar razón de la misma.

Buscamos iniciar en la sensibilidad del “pastor”, que vive del “misterio” que la Iglesia es, que está llamado a la “comunión” y la misión, que está dolido por el dolor de otros e ilusionado con la ilusión de otros, y sabe echar sobre sus hombros las cargas de la vida dura de otros.

El gozo de estos jóvenes cada día es señal de su llamada a ser “pastores”.

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