(Juan Rubio)
Hay una queja generalizada en la Iglesia española sobre la falta de tolerancia para con los cristianos en algunos ámbitos académicos, políticos, sociales o culturales. Se lo hacía ver el presidente de la Conferencia Episcopal Española recientemente al ministro Ramón Jáuregui en un encuentro secreto para todos, excepto para el periódico El País, vehículo privilegiado de informaciones interesadas. A otros medios se les manda callar. Hay que cuidar el buen rollito.
El presidente del Ejecutivo episcopal se quejó al nuevo ministro, encargado de las relaciones con la Iglesia ahora que han degradado la función del Director General de Asuntos Religiosos, que ha hecho mutis por el foro. Le dijo que la Iglesia necesita de una mayor tolerancia por parte de los políticos. No está exento de razón el prelado madrileño. Se viene echando de menos un periodo de mayor tolerancia, de menos agresividad legislativa, rebajada la tensión de hace unos años por consejo vaticano.
Asistimos a momentos en los que la tolerancia religiosa tirita y se le deja escaso hueco en la sociedad. No hablo de persecución; quizás sea exagerado. Hablo de tolerancia, simplemente. Los cristianos tenemos todo el derecho a vivir en una sociedad en la que podamos exponer nuestras ideas sin que la mofa, el escarnio y la difamación la acompañen, al menos en las terminales mediáticas públicas. Las privadas son otra cosa. Se queja la Iglesia de persecución larvada para poder enseñar en las aulas. Tenemos todo el derecho a hacerlo. Las cortapisas son reales, aunque no legales, pero hay letra pequeña que mata. Se queja la Iglesia de la poca tolerancia que se advierte en la exposición de sus puntos de vista en el concurso mediático. Cuando se recaba su opinión, se hace desde la ridiculización. Se queja la Iglesia de golpes bajos en el ejercicio de su labor docente en las clases de Religión. Se está llevando a cabo una solución final realmente bochornosa. Y un suma y sigue que va deslizándose suavemente. No es de recibo que en la alta política se hable de tolerancia y en la práctica se niegue. Últimamente, en Barcelona, una universidad ha prohibido un acto organizado por cristianos, y en la Autónoma de Madrid se ha tenido que cancelar otro con el cardenal madrileño. Es de poco tolerantes el uso del veto académico. Si no se puede hablar en los foros públicos… Y a todos se nos llena la boca hablando de esa virtud sobre la que uno de los teólogos más importantes del siglo XX, Karl Rahner, escribió un maravilloso libro, reeditado ahora por Herder. Su título: Tolerancia, libertad y manipulación. En él se expone una teoría clarividente, así como un recorrido por su historia en la sociedad y en la Iglesia con una mirada retrospectiva al Vaticano II. Vale la pena leerlo en estos tiempos de quejas.
Sólo podemos pedir tolerancia cuando en la Iglesia esa tolerancia se viva con fluidez. La ley del embudo, tan eclesiástica, sólo nos lleva a quejarnos porque no nos dejan hablar, pero a impedir nosotros que otros hablen, aunque esos otros sean de la misma casa, de la misma familia, de la misma Iglesia. Tolerancia en todos los ámbitos. Sólo si sabemos ser tolerantes en la casa, podremos recibir la añorada tolerancia en una sociedad que tiene derecho a la palabra plural, abierta, evangélica y positiva.
- A ras de suelo: Una Navidad ecléctica, por Juan Rubio
director.vidanueva@ppc-editorial.com
En el nº 2.733 de Vida Nueva.
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