Describe su ‘Filosofía breve de la vida’ (Ediciones Encuentro) como una “biografía filosófica”. Un libro en el que Higinio Marín Pedreño (1965) reúne más de medio centenar de pequeñas reflexiones a propósito de otros tantos infinitivos que nos configuran como seres humanos, y que constituyen “una invitación a pararse a pensar”. Por eso, el filósofo y rector de la Universidad CEU Cardenal Herrera confía en que su lectura suscite “la propia reflexión del lector” sobre tantos aspectos de la vida, “algunos esenciales”, de tal modo que le ayude a “desvelar el sentido de lo que hacemos”.
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PREGUNTA.- ‘Filosofía breve de la vida’. ¿Necesitamos añadir algún adjetivo a la filosofía para hacerla más ‘digerible’?
RESPUESTA.- No era mi intención. Más bien, es al revés: la filosofía nos hace más digerible la vida; al menos, es el esfuerzo por asimilar mejor el sentido de lo vivido y de las formas de vivir. La brevedad era el requisito para un libro compuesto por más de 50 breves reflexiones sobre otros tantos infinitivos: desde nacer a morir, pasando por crecer, jugar, pasear, leer o recordar. Se trata de algo así como una biografía filosófica.
Comprender la vida
P.- ¿Vivir para saber o saber para vivir?
R.- Ambas, pero ‘primum vivere’, primero vivir. El saber no es lo contrario de la vida, sino el crecimiento y la multiplicación de la vida mediante la comprensión, también mediante la comprensión de la propia vida; ese es el tema de este libro: volver sobre lo vivido para pensarlo y aventurar pensamiento sobre lo que queda por vivir, para vivirlo más cumplidamente, y también más humanamente. Los hombres necesitamos saber lo que vivimos para vivirlo más cumplida y humanamente. Es nuestro modo de ser.
P.- De todos los verbos sobre los que reflexiona en su libro, ¿cuáles incluiría en su equipaje de mano para el viaje de la vida?
R.- Recordar y esperar son los verbos que, sea cual sea el lugar de la vida en el que estemos, nos proyectan hacía su principio más allá de nuestro recuerdo y hacia su final más allá de lo que podemos ver. La memoria y la esperanza nos sitúan en el tiempo, mientras que el olvido y la desesperanza hacen baldío lo vivido y lo por vivir. El pasado permanece en el recuerdo, pero también el futuro toma la forma de la libertad en las promesas y esperanzas, y nadie puede cumplir una promesa que olvida o un proyecto que deja de recordar. La sede del recuerdo, del latín ‘cor’, es el corazón, el lugar donde se guarda lo que permanece, ya sea el pasado o el futuro según las promesas que hemos hecho o que hemos recibido. Al final, la esperanza es recordar, guardar en el corazón, la promesa recibida. (…)