Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Liberar la belleza


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En Sierra Leona existe la costumbre de plantar un árbol cada vez que nace un niño y rodear la semilla con su cordón umbilical. Para salvar a nuestra civilización, la de los Derechos Humanos, debemos ahondar para abrazar sus fundamentos en los lugares más profundos del corazón humano. Y entre los principios que hay que restaurar y profundizar, destaca la belleza.



La belleza ha sido mercantilizada y cursilizada. El cine sucumbe a las pelis, las esculturas a los caprichos del poder. La parsimoniosa y sofisticada orfebrería de los poetas queda orillada ante los “poetas del enter” que hacen columnas cortando frases a golpe de tecla. La calidad de las canciones se mide por el número de oyentes y los libros por la cola para firmar en las ferias. En los museos no se puede sentar a contemplar, solo circular y sacar selfies. Los auténticos creadores apenas pueden sostenerse. El hipercapitalismo especulativo es quien le da forma al arte global, que, en vez de ser contemplado, es consumido.

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Y cuando el arte pierde su verdad, se acaba haciendo cómplice del sistema. Si hemos llegado a las tiranías que sufrimos, es porque no hemos cuidado a nuestros artistas y creadores, y hemos comido cine, libros, música o escultura basura. No es entretenimiento, es vaciamiento. Toda crisis civilizatoria ha sido siempre precedida de un empobrecimiento estético.

Valorar el arte

Es cierto que solamente la belleza salvará al mundo, porque eleva el alma, nos hace humildes en el misterio, crea nuevos lenguajes de comunión o nos conecta con el más hondo sentir. Aprender de nuevo a valorar el arte, compartir juntos experiencias de belleza, liberar el arte es una urgencia y debe hacerse desde las experiencias populares. La Iglesia ha sido una gran impulsora del arte más bello y en estos momentos su contribución puede ser crucial.