(José Lorenzo– Redactor Jefe)
“En pocas ocasiones sería más recomendable una intervención de los promotores de la Alianza de Civilizaciones que en estos momentos en que se hostiga a miles de seres humanos por razón de sus creencias religiosas”
El cardenal Bagnasco, presidente de los obispos italianos, ante el incesante goteo de ataques a los cristianos en distintos lugares del mundo en los últimos tiempos, se preguntaba hace unos días por las razones de esta inquina. “¿Son discriminados y perseguidos porque, en nombre de Cristo, hablan de dignidad e igualdad de todas las personas, sean hombres o mujeres? ¿Porque predican el amor, también hacia aquellos que se perfilan como sus enemigos? ¿Porque hablan de perdón, rechazando la violencia?”. Se trata, evidentemente, de preguntas retóricas pero que reflejan el pasmo y el espanto por toda esa violencia en fechas y lugares de especial relevancia para los cristianos.
El mismo Papa, esta misma semana, en su discurso al Cuerpo Diplomático, ha mostrado su perplejidad por lo que considera una especie de “escala en la gravedad” de la intolerancia religiosa. “Los actos discriminatorios contra los cristianos –ha dicho– son considerados precisamente como menos graves, menos dignos de atención por parte de los Gobiernos y de la opinión pública”.
Es verdad que no todos los países miran para otro lado en estas cuestiones. Incluso algunos gobiernos de la Unión Europea han pedido una acción concertada para que los cristianos sean protegidos en Oriente Medio. Hasta el propio Sarkozy (sí, el mismo que expulsó a los gitanos rumanos y recibió un tirón de orejas de los obispos franceses) ha reivindicado, dentro del envidiable espíritu de la laicidad de su país, el derecho a la libertad religiosa, denunciando, además, lo que considera una “depuración religiosa” en Oriente Medio.
En España, mientras tanto, silencio sepulcral al respecto. En pocas ocasiones sería más recomendable una intervención de los promotores de la Alianza de Civilizaciones que en estos momentos en que se hostiga a miles de seres humanos por razón de sus creencias religiosas. No bastan dos o tres encuentros interreligiosos al año para cubrir el expediente en una cuestión en la que da toda la sensación de que no se cree, aunque siga formando parte sustancial de la existencia de miles de millones de personas en todo el mundo.
En el nº 2.737 de Vida Nueva.