(Alejandro Fernández Barrajón-Presidente de CONFER) Decía Zenón de Zitia que los dioses nos han dado dos oídos y sólo una boca para que escuchemos más y hablemos menos. Estamos perdiendo oído; no sólo por culpa del exceso de contaminación acústica, que es evidente, sino también por la escasez de escucha que practicamos. Hablamos pero no dialogamos; oímos pero no escuchamos; vemos pero no contemplamos. Y se nos va atrofiando poco a poco la capacidad de comunicación hasta sentirnos solos en medio de multitudes. He tardado mucho tiempo en entender aquello de Jesús: “El que tenga oídos para oír que oiga”.
En la calle todo el mundo dice maravillas del diálogo, pero muy pocos dialogan de verdad. Asistimos decepcionados a un cruce constante de misiles dialécticos con vocación de ser titulares. La televisión y la radio se han convertido en maestros de la intriga.
En la Iglesia el diálogo y la aceptación de la sana pluralidad parece una batalla perdida. Las distintas maneras de entender la fe y el compromiso público, todas ellas legítimas y convenientes, se enzarzan con frecuencia en una pugna descalificadora e intolerante que escandaliza a los ajenos. No hay disenso en lo esencial y, sin embargo, es el disenso lo que llega a la calle y lo que prevalece.
Necesitamos cultivar más el arte del silencio. El silencio es espacio y cauce de profundidad y de encuentro donde las miradas se convierten en protagonistas elocuentes. Las palabras que no mejoran las sugerencias del silencio son palabrería. Escucharnos para saber dialogar, para avanzar juntos, se está convirtiendo en una necesidad vital. Acabaremos proponiendo como obligatoria una asignatura que podría llamarse “Educación para el silencio”. Y, si no, al tiempo.