(Antonio Gil Moreno) Llega noviembre -se abre el día 1 con la “onomástica de la Felicidad”- y surge, junto al recuerdo entrañable de nuestros seres queridos, la Gran Esperanza. No se trata sólo de visitar los cementerios o de colocar una flor y una plegaria ante las tumbas, sino de contemplar las tumbas como cunas. El poeta Sánchez Trujillo lo expresó en sus versos, con profundidad teológica: “¡Aleluya universal, / que toda tumba ya es cuna! / ¡Aleluya, que ninguna / muerte es ya muerte total!”.
Ésa es nuestra esperanza, la que el papa Benedicto XVI dibujó en una breve Meditación sobre la muerte: “Dios está siempre con nosotros. Incluso en las noches oscuras de nuestra vida, no nos abandona. Incluso en los momentos difíciles, está presente. E incluso en la última noche, en la última soledad, en la que nadie puede acompañarnos, en la noche de la muerte. La bondad de Dios siempre está con nosotros”. ¡Qué horizonte tan hermoso!
Este año, yo quiero tener un recuerdo especial por un hombre de esta casa, José Luis Martín Descalzo, y evocar aquellas primeras líneas que nos dejó como epitafio: “Poner sobre mi tumba mi nombre / y mi apellido: sacerdote. / Y nada más”.
Noviembre no es el mes de la muerte, sino de la Vida. Porque nos recuerda, a flor de recuerdos, la Gran Esperanza.
En el nº 2.634 de Vida Nueva.