JOSÉ LUIS SEGOVIA, Profesor de Ética Social y DSI en el Instituto Superior de Pastoral UPSA-Madrid | El Acuerdo de Schengen (Luxemburgo) fue suscrito en 1985; cinco años más tarde, se firmaba su Convenio de aplicación y, en 1995, entraba en vigor la libre circulación de personas. Justo ese mismo año, la Unión Europea (UE) asumió solidariamente la entrada de más de 600.000 refugiados de la antigua Yugoslavia, más de la mitad de ellos acogidos por Alemania y 20.000 por Dinamarca. [Siga aquí si no es suscriptor]
Ambos documentos (Acuerdo y Convenio) constituyen el “acervo de Schengen”, al que han ido sumándose el resto de Estados miembros de la UE (excepto Reino Unido e Irlanda): Italia, España y Portugal, Grecia, Austria, Finlandia, Suecia y Dinamarca (en 1996, tras oponerse en 1993 al Tratado de Maastricht). Posteriormente a la entrada en vigor del Tratado de Amsterdam en 1999, participan también de Schengen los países que ingresaron en la UE en el año 2004 (Chipre, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia, Eslovenia, Eslovaquia y la República Checa) y en 2007 (Rumanía y Bulgaria).
La supresión efectiva de los controles en las fronteras interiores de estos países –excepto Chipre, Rumanía y Bulgaria– se produjo en diciembre de 2007. Noruega, Islandia, Suiza y Liechtenstein no son miembros de la UE, pero están adheridos también a Schengen. Su objetivo es la creación de una zona de libre circulación con supresión de las fronteras comunes y la potenciación de sus fronteras externas de cara a la inmigración ilegal y la seguridad común. Lo más relevante es que solo se considerará extranjero a quien no sea nacional de los Estados miembros de la UE.
Un acto unilateral
Tras Schengen, las fronteras siguen existiendo como ámbito en el que cada Estado ejerce su soberanía nacional, pero desaparecen los controles. Solo por motivos excepcionales de seguridad y con una duración determinada, pueden ser reactivados por cualquier Estado, previa consulta de los demás. Es lo que ocurrió en España con motivo de la boda del Príncipe Felipe o el 11-M. Aquí está el quid de la cuestión.
El Gobierno de Dinamarca, país con una población ligeramente superior a la de la Comunidad de Madrid, que había dicho “no” a Maastricht en 1992, de manera unilateral y sin consulta previa a los demás, por razones de corte electoralista y merced a su alianza con un partido xenófobo, obvia el Tratado y reinstaura el control de fronteras.
A mi juicio, constituye una violación del acuerdo por varias razones. En cuanto a la forma, omite la consulta y comunicación previa a Bruselas. En cuanto al fondo, hace una interpretación torticera del acuerdo que, ciertamente, permite suspensiones temporales, pero por razones excepcionales y muy delimitadas en el tiempo, y, sobre todo, supone un peligroso precedente más en el Derecho Internacional de la imposición de la vía de hecho sobre el Derecho.
En cuestión de días, el Gobierno danés ha ido modulando la argumentación: se estaba produciendo un “malentendido”. Ya no se trataba de controlar el flujo de personas, sino de mercancías; posteriormente, se apeló al socorrido argumento del control sobre el tráfico de drogas y, en unos días, se alegará el combate contra el terrorismo internacional y la delincuencia organizada. Inicialmente, el resto de países pusieron el grito en el cielo, pero “la unión” europea es tan precaria que pronto amainó el chaparrón y es más que posible que la amenaza del presidente de la Comisión, Durão Barroso, de acudir al Tribunal Europeo de Justicia quede en nada. De hecho, salvo España, Bélgica y Malta, el resto de países no ve con malos ojos una revisión de Schengen, especialmente los gobiernos sueco, francés e italiano, ninguno de los cuales es en la actualidad un paladín de la defensa de los derechos humanos de los migrantes.
Algunos criterios de juicio
- Un viejo principio: Pacta sunt servanda (“Los acuerdos deben ser cumplidos”). Dinamarca, claramente, lo ha quebrado. Otra cosa es que interese o no al frágil proceso de integración europeo ahondar en esa deslealtad a la comunidad internacional. En todo caso, es un hecho muy grave.
- El unilateralismo es siempre perverso en las relaciones internacionales. Fue un pésimo precedente que Francia decidiera cerrar las fronteras con Italia para impedir la acogida de tunecinos desplazados del norte de África.
- Por debajo de todo están los valores puestos en juego en el proceso de construcción europea. Lejos de construir Europa sobre “solidaridades concretas” y valores asumidos por los ciudadanos (como proponía Schuman en su momento), se ha apostado por un diseño más vertical, con serios déficits democráticos en sus instituciones y de carácter fuertemente economicista. La falta de consistencia de Europa como sujeto político global en los últimos conflictos internacionales resulta más que evidente. Dinamarca escenifica lo lejos que estamos de la Europa cohesionada, plural, abierta y solidaria con que soñaban los “padres fundadores”.
- A la llamada críticamente “Europa de los mercaderes” parece seguir la “Europa fortaleza”. No es fácilmente neutralizable el inequívoco tufillo xenófobo de la actitud del Gobierno danés. Se suma a una línea cada vez más restrictiva para con la hospitalidad, con hitos como la “Directiva de la vergüenza” o el endurecimiento de la legislación en materia de asilo y protección subsidiaria o el régimen de extranjería. En España, el ministro Rubalcaba niega cínicamente las redadas policiales por perfil étnico que ven todos los días los ciudadanos en los intercambiadores y estaciones de autobuses y trenes. La agencia Frontex, encargada de vigilar y llevar a cabo expulsiones colectivas de inmigrantes, ha multiplicado su presupuesto por 14 en los últimos cinco años y por bastante más las denuncias por violación de los derechos humanos. Ante la actual crisis económica, Dinamarca no quiere seguir acogiendo eventuales desplazamientos humanitarios de población y no se fía de los filtros europeos.
- Como todo flujo (también y, especialmente, los financieros), las migraciones requieren ser reguladas, pero no desde el control de fronteras exclusivamente, ni desde la perspectiva unilateral de la sociedad de acogida. En la “aldea global”, las migraciones constituyen un fenómeno estructural inevitable, no meramente coyuntural y proscribible. La movilidad humana debe repensarse en clave de solidaridad, desde el sistema mundo y la justicia global, asegurando el derecho previo a no emigrar, superando intereses nacionalistas egoístas, incluso cuando sean democráticamente formulados. La racionalización de los desplazamientos por razones de justicia, equidad y humanidad deben hacerse desde el criterio del bien común de la entera familia humana (no solo del país acogedor) y tomando como referente moral la suerte de los más vulnerables, asegurando siempre y en toda circunstancia los derechos humanos de las personas migrantes, tengan el estatuto que tengan (cfr. Caritas in veritate, 62).
- Como cristianos y ciudadanos, debemos impulsar un proyecto de fraternidad y ciudadanía cosmopolita basado en pactos de solidaridad más que en consensos interesados, en valores más que en estrategias calculadas, en la razón compasiva y no en la ventaja, siempre bajo el imperio de la razón ética y no sometidos a la idolatría del mercado. Con el ensayo de J. Ratzinger: Europa, una herencia que obliga a los cristianos. Ello reclama una correcta relación entre eunomia (el buen derecho) y democracia, la concurrencia del valor superior de la justicia y de la ética que limiten los peligros del poder y el totalitarismo, también los de corte populista.
- Cuando las barbas de tu vecino… Es significativo el alto porcentaje de españoles partidarios de la medida adoptada por Dinamarca (un 82%, según el diario El Mundo). Se nos está olvidando que los monjes crearon toda una red de monasterios y hospitales a lo largo del Camino de Santiago como expresión de catolicidad: abierta y acogedora a todos desde la virtud de la hospitalidad que humaniza y genera verdadera solidaridad entre los pueblos.
La Europa del Camino que nació de esta hospitalidad (monseñor Romero Pose) concluye su peregrinaje en la visión de la escena del Juicio Final del Pórtico de la Gloria: “Fui extranjero y me acogiste”. O apelando a una versión más laica, en palabras de Platón, “solo siendo justos permaneceremos unidos y solo permaneciendo unidos alcanzaremos nuestras metas” (La República).
En el número 2.756 de Vida Nueva.
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