JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Cuando aún estaba en curso el trabajo del Oxford Dictionary, Isabel II visitó las oficinas en donde se trabaja esta magna obra británica. Mientras el coordinador le mostraba los trabajos, preguntó: “Are we in it?”. La respuesta fue clara: “Afortunadamente, Su Majestad no está incluida en el Diccionario”. Hay veces que es mejor no estar. Es verdad que la obra británica solo admite personajes difuntos y que la española incorpora también a vivos.
El barullo montado con el nuevo Diccionario Biográfico Español promete seguir conforme se vayan conociendo las entradas de los 50 tomos, de los que solo se ha presentado la mitad. En ellos, como ya les pidió Felipe V en 1738 al aprobar los Estatutos de la Academia de la Historia, fundada tres años antes, debían desterrar “las fábulas introducidas por la ignorancia o por la malicia”.
Ahora, avanzada la ciencia, habrá que cuidar más la malicia y la visión torticera que la ignorancia. Y guardarse de ella, porque se cuela con su rastro de subjetividad y hace un flaco favor a la historia que pretende contar.
Hay curiosidad por saber qué se dice de algunos personajes claves de la Historia de la Iglesia en España en el último medio siglo. La Comisión que coordina las biografías eclesiásticas la preside Quintín Aldea, y le acompaña Luis Suárez, el autor del polémico artículo sobre Franco. El otro miembro, ya fallecido, era el cardenal Ángel Suquía. Su presencia era habitual las tardes de los jueves en la sede de Amor de Dios, en el Madrid de los Austrias. Hay entradas que son actualizaciones de las que ya aparecieron en los cuatro tomos de la Historia Eclesiástica de España, que dio a la luz el Instituto Enrique Flórez, del CSIC, coordinada por el citado Aldea, junto a Tomás Marín y José Vives. ¡El viejo sueño de la “España Sagrada” de Flórez!
Y hay que tocar madera, pese a que, según la nómina de colaboradores, algunos parecen más objetivos que otros. Miedo da si algunas biografías se han encargado a gente de la cuerda de Suárez, y menos mal que la entrada de Tarancón la hace Vicente Cárcel. De lo contrario, imperaría la opinión del académico asturiano, quien en su obra Franco y la Iglesia hace un repaso subjetivo de ciertos eclesiásticos de la Transición.
Tal es el caso del entonces cardenal Tarancón, al que responsabiliza, “junto al Vaticano, de una línea de conducta que más tarde la misma Santa Sede descubriría que abría la puerta a un laicismo todavía más radical que el imperante en Francia”, según dice el privilegiado historiador, que tuvo acceso a documentos personales del general, facilitados por la Fundación Francisco Franco.
Habrá que ver qué se dice de Arrupe, Martín Artajo, Ruiz Giménez, Cirarda, Marcelo González, Guerra Campos, Escrivá, santos, mártires, beatos, reinas, obispos, frailes y monjas… Difícil tarea, sin duda. Decía Borges que la imaginación está hecha de convenciones de la memoria. Y hay aquí muchas convenciones, muchas concesiones, muchos olvidos y muchos pactos. Y es así como va creciendo la imaginación y volviéndose a lo que los ilustrados quisieron evitar: la fábula intencionada que desvía la verdad histórica.
En la elección del colaborador, va implícita la visión. Y en eso nos jugamos mucho. Una obra multidisciplinar sobre la que habrá que volver con lupa desapasionada.
En el nº 2.758 de Vida Nueva.
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