(Alfonso Milián– Obispo responsable de Cáritas y titular de Barbastro-Monzón) Cáritas Española presentó las cuentas del año 2007 la pasada semana. Ha aumentado la generosidad de los donantes en unos quince millones de euros, llegando a 200 millones el total de lo recaudado. Es para felicitarse. Cáritas se ha ganado la confianza de los socios y donantes y del conjunto de la ciudadanía española. A este dato hay que añadir la colaboración gratuita de más de 56.000 voluntarios y voluntarias, que son la presencia amorosa de Dios para sus predilectos: los pobres, los excluidos, los marginados.
Un dato preocupante ha sido el aumento de la ayuda solicitada en el primer semestre del año, superior al 40%. Se estima que será superior al 50% al finalizar este año 2008, dada la gravedad de la crisis económica que estamos sufriendo. Este dato hará que Cáritas tenga que movilizarse para solicitar la ayuda de toda la comunidad cristiana, de la sociedad española y de las instituciones públicas, a fin de hacer frente a la nueva situación creada.
Pero Cáritas tiene la grata experiencia de que, en situaciones difíciles, aumentan las personas dispuestas a compartir incluso lo necesario, como la viuda del Evangelio, para ayudar a quien está en peor situación. El amor se multiplica cuanto mayor es la necesidad.
También la semana pasada tuvo una gran repercusión la presentación del VI Informe FOESSA, así como el Congreso sobre Exclusión y Desarrollo Social en España, al que han asistido más de doscientos expertos. En este Congreso se han trabajado los contenidos del VI Informe FOESSA y se han elaborado una serie de propuestas para elevarlas a los responsables políticos.
El buen hacer de Cáritas, por su atención a los más desfavorecidos, por la promoción de los mismos y por el estudio científico del Informe FOESSA, merece un alto reconocimiento de la sociedad española. Esto nos alegra, al mismo tiempo que nos compromete a mejorar nuestro trabajo.
Pero, por otra parte, también nos entristece constatar que muchas personas sólo ven en Cáritas una ONG, de gran prestigio, eso sí, pero no ven nada más. Y Cáritas, aunque reúne todas las condiciones que debe tener una ONG, es mucho más. De hecho, Cáritas nació mucho antes que las ONG. Cáritas nació en el seno de la Iglesia, como cauce e instrumento en el ejercicio de la caridad, tarea que ha ejercido siempre la Iglesia, desde sus inicios apostólicos, hace 2000 años (Cf Hech. 4.4).
Cáritas es la misma Iglesia en su acción caritativa y social. Por eso, la preside el Obispo, lo mismo que preside la celebración de los sacramentos o el anuncio de la Palabra. Nos lo dice Benedicto XVI: “La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (Kerygma-martiria), celebración de los sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia” (DCE 25). Con qué precisión y hondura resalta la esencialidad de los tres fines de la Iglesia: pertenecen a su naturaleza íntima y es manifestación irrenunciable de su propia esencia. Si desaparece una de ellas, la Iglesia no es la Iglesia de Jesús, se desvanece; lo mismo que si a un trípode le falta una pata.
Caritas, pues, no es una parte de la Iglesia que ejerce la caridad, porque la caridad es obra de todos en la Iglesia y de toda la Iglesia. “Es tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial” (DCE 20), de modo que nadie en ella puede vivir y sentirse ajeno a la vivencia y ejercicio de la caridad. Cáritas es la Iglesia en su servicio caritativo y social a los pobres.
Cáritas manifiesta el amor de Dios a los pobres. Hace realidad el Mandamiento Nuevo: amaos los unos a los otros como yo os he amado (Jn 13,34). El voluntario de Cáritas, movido por la fe en Jesucristo, no se conforma sólo con atender dignamente a los necesitados, sino que, al llevar dentro de sí la fuerza irresistible del Espíritu, del amor, se convierte en un verdadero adorador de Cristo en el pobre: todo lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Mt. 25,20). Quien adora verdaderamente a Cristo en la Eucaristía, se ve también impulsado a adorarle en los cristos vivos, en los hermanos, especialmente en los pobres. En la “escuela de la Eucaristía”, la adoración eucarística es fundamental para llegar a vivir la verdadera mística de Cáritas.
En el nº 2.635 de Vida Nueva.