(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)
“Mientras el abrazo se limita de hecho a mirar la oreja del otro y rozar las mejillas, intercambiando a veces cremas, olores y coloretes; en cambio, el saludo de frente nos permite estrechar nuestras manos y mirar a los ojos, que son los medios de comunicación más profundos”
Hace unos días, leí en la prensa diaria una noticia que me llamó la atención, sobre un tema al que soy especialmente sensible, y del que ya he escrito en esta columna en otra ocasión. Resulta que la canciller de Alemania, Ángela Merkel, envió una nota de protesta a su embajador en París, quejándose de que el presidente Sarkozy le incomoda con sus maneras tan efusivas de saludarla. Parece que el saludo en Alemania no acepta el contacto corporal, y menos aún por parte de los protestantes, como ella lo es. Yo, que evidentemente no soy ni protestante ni alemán, estoy de acuerdo con ellos en cuanto al modo de saludarse. Y creo que tengo mis razones. En efecto, mientras el abrazo se limita de hecho a mirar la oreja del otro y rozar las mejillas, intercambiando a veces cremas, olores y coloretes; en cambio, el saludo de frente nos permite estrechar nuestras manos y mirar a los ojos, que son los medios de comunicación más profundos y entrañables del ser humano. De todos modos, en esos casos, yo ofrezco en primer lugar la mano o las manos, pero si me echan los brazos por los hombros, lo acepto también con afecto, como hermano de los hermanos. En la liturgia, especialmente, este saludo tiene un profundo significado de comunicación y comunión de vida en el Espíritu Santo. En nombre de Cristo, el ministro presidente se dirige a la asamblea invitándola: Daos fraternalmente la paz. Y todos los fieles se la transmiten unos a otros, en la forma que cada uno prefiera: mirándole a la oreja -como si dijera: se te ha visto la oreja-, o mirándole a los ojos, por donde puede verse hasta el fondo del alma…
(Es de suponer que en la próxima cumbre de Washington los fotógrafos estarán especialmente atentos al modo de saludarse los dos jefes de Estado: si Sarkozy vuelve a sus achuchones, o se contiene, estrechándole la mano).
En el nº 2.636 de Vida Nueva.