Especies amenazadas


Compartir

Pepe LorenzoJOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

“Cuando falta poco más de un año para que se abra en Roma el Sínodo que abordará esta misma cuestión, (…) es meritorio, y más en estos tiempos, que una entidad académica empiece a reflexionar con tanta antelación sobre posibles propuestas pastorales para una sociedad como la española”.

Un grupo de diputados alemanes se ausentará del Reichstag el día en el que Joseph Ratzinger pronuncie un discurso desde ese histórico edificio durante la visita a su país natal. En los últimos años, otros parlamentos, como el español no hace tanto, han convertido casi en costumbre pedir su reprobación o la de algún otro alto cargo vaticano por su postura –se dice– ante el escándalo de los abusos sexuales o por la polémica del uso de preservativos para luchar contra el sida.

Este rechazo y desprecio a la Iglesia en la figura de su pontífice resulta una estrategia llena de ventajas para sus promotores: es muy fácil de realizar, asegura importantes réditos mediáticos a quien las inicia y no causa dolores, ni de cabeza ni de conciencia. Otra cosa sería protestar contra esos tiranos –que parecerían de opereta si no tuvieran las manos manchadas de sangre– a los que hemos entregado las llaves de nuestras ciudades porque nos aseguraban inyecciones de dólares, de gas y petróleo, y que ahora están en busca y captura.

Pero esta labor de desgaste –amplificada con saña en algunos medios de comunicación, yendo más allá de la debida crítica a la que también la Iglesia debe estar sometida– tiene graves efectos colaterales en el día a día de muchos miembros de esa misma Iglesia: se les identifica, se les señala, se les coloca a la espalda un sambenito laico que se va llenado con insultos y descalificaciones. Tal vez por eso, porque no todos tienen madera de mártires, invitó el Papa en Madrid a no avergonzarse de la fe ni de quien la fundamenta.

No caeré en la resbaladiza tentación que hay en España de decir que aquí se persigue a los católicos. Pero algo empieza a oler a podrido cuando algunos obispos, en las plazas de sus diócesis, son ya insultados por quienes dicen querer un mundo mejor para todos, o cuando los curas, fácilmente identificables con su clergyman, aprietan el paso en esas mismas plazas al grito de cucarachas.

¿Habrá que pedir también para ellos la categoría de especies amenazadas? Los medios de comunicación han de rescatar el papel pedagógico que tienen olvidado. No se puede confundir la crítica con la difamación.

En el nº 2.769 de Vida Nueva.