Ruido

(Santos Urías) La contaminación aumenta, el agujero de la capa de ozono crece, los elementos naturales se vuelven contra nosotros gracias al llamado “cambio climático”. Pero hay otra contaminación que no se ve, que afecta a nuestros oídos, a la escucha: es la llamada contaminación acústica. Cada vez cuesta más percibir el canto de los pájaros, el correr de un manantial, el agitar de los árboles. Nos lo impiden los ritmos de las máquinas, el rugir de los motores.

Llegamos a casa y no somos capaces de permanecer en silencio, lo primero, encender la televisión, buscar la compañía con unas voces de fondo, aunque no atraigan nuestra atención. Vamos en el bus o en el metro, y continuamos enchufados al mp3 o al mp4, música, radio, a veces a un volumen indecente. Estamos en el teatro, o en el cine, o en misa, y suena nuestro móvil, o, en el mejor de los casos, vibra, y ya estamos mirando su pantalla luminosa mientras los que están a nuestro lado tienen que sufrir nuestra disimulada dispersión. Vamos a un concierto y, por encima del volumen de los vatios, pugnan por sobresalir nuestros comentarios, como si no hubiera otro lugar u otro momento en el que compartir nuestros chascarrillos. 

Ruido que tapa la escucha. Ruido que adormece y que embota. Ruido que rasga el silencio. Y entre el ruido, como una brisa, sigue sonando la voz de Dios.

En el nº 2.636 de Vida Nueva.

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