El bebé medicamento

(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)

“Los obispos que ejercen el Magisterio en la Iglesia no son personas sin corazón, que disfrutan poniendo dificultades a la gente con toda clase de prohibiciones, sino hermanos que sufren con los problemas de sus hermanos, pero tienen que anunciar la verdad del no matarás

En realidad, en contra del tópico que nos atribuye injustamente que somos retrógados y oscurantistas, los cristianos somos los más cientificistas y naturalistas de la sociedad, en cuanto que en todos los problemas de tipo ético relacionados con el hombre, siempre partimos de la realidad concreta, y buscamos ante todo los datos de la ciencia.

Así, recientemente se ha destacado el nacimiento en Sevilla del primer bebé medicamento, engendrado de antemano con la buena intención de salvar a su hermanito de una enfermedad incurable. ¿Quién podría, en principio, oponerse a esta buena acción con tan buena intención? Pero esto tiene el grave inconveniente del precio que ha habido que pagar hasta llegar a ese momento, debiendo sacrificar a varios embriones considerados inútiles para el fin deseado, y esos embriones eran vidas humanas, incipientes, pero reales y completas, como un águila está dentro del huevo, aunque todavía no se haya desarrollado plenamente. Además, el niño medicamento siempre podrá tener el complejo de ser un hijo de segunda, que ha venido al mundo por conveniencia del primero. Los obispos que ejercen el Magisterio en la Iglesia no son personas sin corazón, que disfrutan poniendo dificultades a la gente con toda clase de prohibiciones, sino hermanos que sufren con los problemas de sus hermanos, pero tienen que anunciar la verdad del no matarás. En cambio, ahora se está animando a los científicos para que busquen la solución a esos problemas empleando células madre no embrionarias, así como fomentando los bancos de cordón umbilical, cuyo uso no plantea ninguna objeción moral. Gracias a Dios y al esfuerzo de los hombres, la medicina ha hecho grandes progresos para nuestro bien. Pero también debe reconocer sus límites morales, porque no puede hacerse moralmente todo lo que científicamente se puede hacer, si atenta contra la integridad o la dignidad del ser humano.

En el nº 2.637 de Vida Nueva.

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