(Felipe Gómez, SJ-East Asian Pastoral Institute) Los vietnamitas, en general, son seguidores de las “Tres Religiones” (Budismo, Confucianismo, Taoísmo), con énfasis en el culto de los antepasados; las minorías son, generalmente, animistas. Algunos misioneros católicos tocaron Vietnam en el siglo XVI; pero de hecho, la Iglesia se estableció con la llegada de los jesuitas en 1615. El Espíritu les concedió un fruto abundante y el diablo promovió sangrientas persecuciones hasta el último tercio del siglo XIX, haciendo de Vietnam la Iglesia con más mártires del mundo.
Esta historia ha impreso el carácter de los católicos vietnamitas. La otra experiencia que les ha marcado ha sido la guerra. La derrota francesa en 1954 llevó a la independencia de un Vietnam dividido: el Norte comunista, el Sur republicano. Un éxodo masivo del Norte al Sur desangró a la Iglesia: unos 600.000 católicos pasaron al Vietnam republicano, dejando al Norte casi sin sacerdotes, con algunas monjas y ningún religioso. Los comunistas cerraron los seminarios y durante décadas no permitieron ordenaciones. En el Sur, la Iglesia prosperó.
En 1960, Juan XXIII estableció la jerarquía eclesiástica en todo el país, con tres archidiócesis: Hanoi, Hue y Saigón. Pero de nuevo en 1975 los comunistas ocuparon el Sur. Los obispos pidieron a los fieles que no huyeran; sin embargo, la dureza del régimen provocó un nuevo éxodo, el de los boat people: tres millones, muchos de ellos católicos. Desde entonces la Iglesia ha pasado por dos épocas: la del totalitarismo duro hasta finales de los 80, y una apertura tímida, pero progresiva, hasta nuestros días.
Dado el talante de los católicos vietnamitas, el régimen renunció a crear una Iglesia patriótica, como en China, por consejo de los comunistas polacos. Fundaron, empero, un Frente Patriótico y otros instrumentos de manipulación de la Iglesia (y de todas las religiones), donde han colaborado algunos clérigos y religiosos.
Cerraron los seminarios y confiscaron las escuelas, hospitales y obras sociales. La Iglesia, guiada sobre todo por el arzobispo de Saigón, Nguyên van Bình, aguantó y se dejó purificar. La persecución solapada fue amainando cuando la bancarrota económica del sistema socialista forzó al régimen a “renovarse”. Así, en 1987 se permitió abrir los seminarios de Saigón y Hanoi. El número de seminaristas era muy limitado y nadie podía ser ordenado sin permiso del Frente Patriótico, regla aún en vigor. En los últimos 20 años la situación ha mejorado y la Iglesia se ha beneficiado de esa bonanza. Cuenta hoy con 26 diócesis. La densidad de católicos varía entre el 32,14% de Xuân Lôc al 0,53% de Lang Son (junto a la frontera china). La distribución de clero es muy desigual; el Norte, bajo régimen comunista desde 1954, no ha podido ordenar sacerdotes durante años. Saigón, por ejemplo, con 1.007 parroquias, goza de 1.353 sacerdotes diocesanos, más 360 religiosos, y con 7.480 religiosas; mientras que Hanoi, con 770 parroquias, sólo tiene 420 sacerdotes, 5 religiosos y 1.917 monjas. Funcionan seis seminarios, con 1.580 seminaristas; si el Gobierno lo permitiera, habría más del doble. Hay 46 congregaciones religiosas femeninas, 25 masculinas y 19 institutos seculares; el régimen no admite a ninguna congregación nueva venida de fuera, pero bastantes se van estableciendo de forma más o menos velada.
El nombramiento de obispos es un quebradero de cabeza para la Santa Sede, que no osa nombrar a nadie sin consentimiento del Gobierno. Delegaciones vaticanas visitan Hanoi regularmente y, con gran paciencia, aguardan a que el Gobierno dé su beneplácito. Los obispos tampoco pueden mover a su clero como quieran; los comunistas no permiten su trasvase del Sur al Norte, por ejemplo. Desde hace unos años se permite a religiosos salir a estudiar al extranjero; así se están formando los profesores y agentes pastorales del futuro, que contribuirán a renovar esta Iglesia.
¿Qué porvenir espera a estos seis millones de católicos? Uno lleno de esperanza. Los 117 mártires canonizados en 1988 son sus modelos y guías. El reto para la jerarquía es la formación de los fieles en la fe; el desafío a esa fe es ahora más difícil que las persecuciones: el secularismo rampante de la prosperidad material. Los católicos vietnamitas son muy practicantes y orgullosos de su cristianismo. Si los 550.000 católicos que viven en el exilio, en países occidentales, pueden servir de criterio, la fidelidad a Cristo no va a fallar. Ojalá que el Espíritu, por intercesión de sus mártires, siga soplando en esa Iglesia, que está ya siendo misionera en el resto de Asia.