(Jorge Juan Fernández Sangrador–Profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca y director de la BAC) Benedicto XVI ha dedicado el patio norte de la basílica vaticana a Gregorio el Iluminador, cuya estatua, bendecida por Juan Pablo II, se hallaba ya en ese lugar. El hecho fue recordado durante el encuentro que, el pasado 4 de marzo, mantuvieron, en Armenia, el primer ministro Serzh Sargsyan y el cardenal Tarcisio Bertone.
Para la Iglesia de Armenia, los apóstoles Tadeo y Bartolomé han sido “primeros iluminadores”, es decir, los portadores del cristianismo a aquellas regiones que, en otro tiempo, formaron el reino de Urartu; aquellas que, según el Génesis, purificadas por las aguas del diluvio, habrían aparecido a los ojos de Noé, al traspasar el umbral de la puerta de entrada del arca, asentada sobre el monte Ararat, como primicias del mundo nuevo.
Pero el título de Iluminador fue otorgado, por el pueblo armenio, a Gregorio, artífice de la conversión de toda la nación al cristianismo en el año 301 y organizador de la Iglesia Apostólica. Una tradición dice que, durante una peregrinación de Gregorio el Iluminador a Jerusalén, los armenios adquirieron el lugar en que se hallaba la casa de Santiago, el hermano del Señor, y allí construyeron una catedral, en la que, posteriormente, se conservaría el cráneo de Santiago el Mayor. Por otra parte, textos apócrifos armenios refieren los trabajos misioneros de este apóstol en España. De ahí la afluencia de peregrinos, en la Edad Media, a Compostela: “Armenios… acuden con donativos”, se lee en el Codex Calixtinus.
Para conmemorar los 1.700 años de la conversión de Armenia y los 1.500 de la creación de su alfabeto, varias ciudades europeas han organizado exposiciones en las que se han mostrado los tesoros de esa nación. Pero en España, no: ¿qué tal una en el 2010, año santo jacobeo?