(Encarnación Cuenca Montilla– Madrid) Vida Nueva suele sacar reportajes de aniversarios de centros educativos que celebran felizmente el centenario de su fundación. Y, una vez más, me surge la misma inquietud, la misma preocupación ante este tipo de colegios religiosos. En primer lugar, ¡qué diferentes se ven las cosas según el punto de vista que adoptemos! Porque no es lo mismo valorar y celebrar la labor de un centro viéndolo como alumno, como padre o madre, que como nuevo profesor-trabajador en un sistema decididamente empresarial, entendido y organizado desde planteamientos con frecuencia despersonalizados. Aquí incluyo mi experiencia y la de otros conocidos que también sufrieron las consecuencias de esto.
Me encantaría que estos aniversarios promovidos por instituciones religiosas de tanto peso social condujeran realmente a una revisión de su identidad cristiana y evangelizadora, para darle nueva vida y para que fuera la savia o el eje que pusiera sal y luz en su funcionamiento real y cotidiano. Por experiencia y sufrimiento personal, puedo decir que, en más de una ocasión, pesa excesivamente el “prestigio” social acumulado; el afán de contentar a la clientela (padres y alumnos) a cualquier precio, pasando por alto faltas de consideración y respeto al profesorado; la urgencia por mantener una supuesta “imagen” y por esconder a toda costa las dificultades inevitables en un centro educativo; esto, antes que moverse en la verdad, en la transparencia y la autenticidad, que son las que realmente nos hacen libres y nos ayudan a avanzar. Flaco favor hacemos al Evangelio que deseamos encarnar si anteponemos a su fuerza liberadora y creativa otros criterios que no lo son.
Deseo de verdad que estas celebraciones muevan a las instituciones a acercarse más al estilo fresco, humano, justo y entrañable de Jesús de Nazaret y su Evangelio. Gracias a Dios también hay centros que conectan más fácilmente con estos planteamientos, y esto ¡es una gozada que merece celebrarse!
En el nº 2.638 de Vida Nueva.
